XXI. Virus desde oriente

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Se despertó con el ruido del teléfono. El ruido cesó mientras ella revolvía con su mano por entre las almohadas. Suspiró y se quitó el antifaz para encontrarse con la luz del día intentando ingresar por entre las cortinas. Se levantó, se calzó las pantuflas y caminó hasta la ventana para correr las telas y sonreír al ver un día soleado pese al frío invernal que aun azotaba las calles neoyorquinas. La primavera se había demorado en llegar pese a ya haber pasado el veintiuno y Lali odiaba tanto el frío como la mentira. Su teléfono volvió a sonar y corrió hasta la cama para tirarse de panza y alcanzarlo.

–¡Hola!

–Hey, qué efusividad.

–Ay, es que ¿Vos me llamaste hace un rato? No llegué a atender porque había perdido el teléfono entre las almohadas.

–Sí, era yo. Quería desearte los buenos días y toda la merd para la reunión de hoy.

–Gracias, Pablo –sonrió–. Buenos días para vos también. ¿Cómo te trata Amsterdam?

–Bien, el sol salió pero estamos viendo la posibilidad de adelantar la vuelta.

–¿Por?

–Por el coronavirus, La. ¿No escuchaste nada?

–Por lo que sé acá todo sigue igual.

–Bueno, cuídate igual, chiquita.

–Sí, gracias. Y gracias por llamarme... Estaba bastante nerviosa.

–¿Ya no?

–No, me ayudó Peter...

–Ah, ¿Comparten habitación?

–No, ¿¡Estás loco!? Yo tengo la mía y Peter... no sé cuál es su habitación la verdad... lo conversamos en el avión y me comentó algo que le había dicho Claudia acerca de lo que pensaba decir ella... nada más –minimizó–. No tenes de qué preocuparte.

–Lo sé... espero que él lo sepa.

–Peter es un hombre casado y respeta a su mujer, Pablo –suspiró–. No hay nada entre él y yo –miró el despertador y se incorporó rápidamente–. Pablo, es tardísimo, debo bañarme ya para no retrasarme. ¿Hablamos más tarde?

–Sí, llamame para ver cómo resulta todo. ¡Éxitos, Lali! Te quiero.

–Y yo. Que tengas un lindo día –cortó.

Salió de su habitación cerca de las siete y media de la mañana y se extrañó al ver al personal de limpieza con barbijos y guantes. Uno de ellos llamó al ascensor por ella quien le sonrió y volvió a mirar la pantalla de su teléfono para responder los mensajes que le habían entrado en la noche. Al salir al salón de desayuno, lo vio a Peter junto a la cafetera y, casi como si hubiese percibido que ella había entrado, miró hacia la puerta para encontrar su mirada y ofrecerle un café. Ella asintió y se dirigió hasta la mesa que él le indicó, había apartado para ambos.

–Buenos días –canturreó detrás suyo y ella le sonrió apenas para besar su mejilla–. Café con leche. Mitad-mitad, ¿No?

–Buenos días –sonrió después y lo miró–. Sí, ¿Cómo sabes?

–Me acuerdo, es todo. Puse unas tostadas, pero no sé si queres algo más –dijo mirándola.

–Gracias, voy a buscar un poco de fruta. ¿Queres jugo de naranja? –señaló y él asintió.

–¿Cómo dormiste? –le preguntó cuando ambos se sentaron a desayunar lo que habían servido.

–Bien, me desperté y no sabía ni qué día era. ¿Vos?

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora