XIX. Aeropuerto

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Bajó del auto y guardó el vuelto en el bolsillo del pantalón pinzado color gris que le ajustaba en los gemelos y sonrió en son de agradecimiento al chofer que había bajado sus valijas del baúl. Miró la hora en el reloj de malla negra a tono con el resto de su outfit y sonrió de costado al saber que había logrado su cometido: llegar a tiempo pero según el criterio de su compañera de viaje, tarde.

Había intentado mantener una convivencia pacífica desde que ella se lo había pedido y aunque intentara no pensarla, aunque intentara disfrutar con y enfocarse en su mujer, no lo había logrado sinceramente. Es que cada vez que Martínez aparecía en escena, las venas de su sien se acentuaban y sus hombros se tensaban a tal punto que apretaba los puños para contenerse. Había empezado a fumar más cantidad de cigarrillos de lo que prefería y lo que acostumbraba y con la excusa del estrés que le provocaba la inminente presentación de su madre, y las horas de trabajo al frente del proyecto en nombre de su padre, cigarrillo tras cigarrillo llevaba a su boca volviéndose así un vicio cada vez más difícil de manejar. 

Y como todo vicio también estaba ella que era una droga de la que estaba en rehabilitación y siempre ansiaba volver a probar. No porque ella fuera algo tóxico que fuera a dañarlo, sino que él la había dañado a ella. Y la única forma que había encontrado para permanecer en el radar, era hacerla enojar con nimiedades. Intentaba permanecer distante y frío, y cualquier excusa era válida para hacerla crispar y, aunque fuese por un enojo, ella pensaba en él. Distinto a cuando aparecía Martinez, quien era el único que estaba en su radar cuando de sonrisas se tratara. Y él sentía cómo se le revolvía el estómago al verlos besarse, o saber que él disfrutaba abrazarla, manosearla o susurrarle al oído en su presencia. Martínez estaba al tanto de lo que aquello generaba en él, y disfrutaba ver que ella no era consciente de ello.

Y tras meses de arduo trabajo los trajes estaban listos para ser presentados. Y qué mala noticia recibió Martínez al notar que mientras la primera presentación frente a los inversionistas se realizaba en New York, él tenía una reunión impostergable en Berlín. Pero peor aún, fue saber que en lugar de Claudia Lanzani, que había contraído una fuerte neumonía, quien acompañaría a Mariana en aquel viaje sería nada más y nada menos que su hijo, el Donjuán, Peter, quien vio su oportunidad y decidió aprovecharla en pos del beneficio de su madre para concretar el cumplir su sueño, y a favor de su principal interés: cinco días con Lali. Ella y él. Solos. En New York. Y aunque ella lo dudó, él lo supo desde el primer día: Era a todo o nada.

Por eso cuando las puertas se abrieron y la vio de espaldas con sus brazos en jarra e intentando encontrarlo entre el gentío en puntas de pie, sonrió engreído de saber que nada de lo que había ideado para aquella aventura, podía salir mal.

–¿Se puede saber por qué no llegas a tiempo? –le dijo al verlo cruzar la puerta automática–. Hace una hora que te estoy esperando, somos los únicos que quedan para embarcar.

–Estaba en mi casa –le respondió sin responder puntualmente a su pregunta. 

–¿Y por qué no me atendías? 

–Estaba resolviendo unas cuestiones personales con mi mujer –y se sacó los lentes para mirarla seriamente a ella, que dio un paso hacia atrás como si aquellas palabras la hubieran golpeado directo en la cara. Él lo noto y añadió pasando por su lado:–Todavía estamos a tiempo, relajate –y caminó hasta la mujer que aguardaba por ellos detrás del mostrador–. Buen día, Juan Pedro Lanzani, tengo asientos asignados en el avión que sale en una hora a New York –y al mirar hacia un costado la vio a ella de pie junto a él.

–Señor, es el único pasajero que falta... Bueno, y su mujer –dijo en referencia a ella que levantó la vista para objetar. 

–No es mi mujer.

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora