Un mes. Treinta días. Setecientas veinte horas. Cuarenta y tres mil doscientos minutos. Treinta días, treinta tardes y veintinueve noches fueron las que compartieron Mariana y Juan Pedro en la clandestinidad a la que habían sumido su relación. No porque lo eligieran, sino porque él estaba comprometido.
Tres días le había llevado a Pedro darse cuenta que no era feliz en su rutina. No fue un descubrimiento de repente; fueron tres días posteriores al domingo en el que apareció en la casa de los Espósito y rompiera en llanto en los brazos de Mariana esa misma noche. Y fue el miércoles cuando él llegó al atelier y la sorprendió apareciendo tras la puerta de la oficina sin previo anuncio; sonrió cuando la vio concentrada en unos moldes, con sus lentes puestos, su rodete desarmado, la camisa que siempre llevaba abotonada hasta arriba, con tres botones abiertos, un lápiz en la mano y la otra mano apoyada en su cintura a punto de hacer magia. Él sabía que Lali era excelente en lo que hacía y así lo había definido unos días atrás:
–Lo que haces en el atelier es propio de un mago; haces magia.
Cuando ella notó su presencia sus hombros se destensaron y sonrió para acercarse a él y refugiarse en su pecho.
–Siempre venís como un respiro entre tanto caos –se apoyó en su pecho y él la abrazó–. ¿Tenes una cámara o algo acá que apareces siempre en el momento justo? –él rió.
–No, pero es una buena idea –ella rió y lo miró–. Hola –sonrió y le dio un casto beso en los labios–. Vengo a contarte que conseguí un respiro para ambos –Y cuando extendió su brazo dejándola ver un llavero en su mano, lo miró confundida–. Agustín se fue un mes a Europa y como es un buen amigo me dejó el departamento para que podamos tener un lugar de escape solo para los dos.
Y así empezó todo. Esa misma noche ambos fueron a sus casas y juntaron ropa en un bolso -o una valija en el caso de Mariana-, y se encontraron frente al edificio que había construido el padre de Agustín quien era propietario, ni más ni menos, que del penthouse con la vista más increíble de la ciudad de Buenos Aires. Sonrieron al bajar de sus autos y cruzaron la puerta vidriada aún tímidos. Saludaron al conserje y subieron hasta el piso treinta donde las puertas metálicas se corrieron y los dejaron frente a la noche porteña, la luz reflejada en el Río de La Plata y la casa a oscuras. Ella arrastró su valija unos metros y se perdió en la vista que le regalaba Puerto Madero desde aquel gran ventanal.
–Vértigo seguro que no sufre tu amigo –él rió detrás de ella–. Es increíble este lugar.
–Me encanta que te maravilles con todo.
–Peter, mi papá nunca me privó de nada pero debo decir que los lujos que manejan ustedes me parecen de otro planeta.
Él sonrió de costado y se acercó a ella. Apoyó su frente en la de ella y la tomó de la cintura para sonreír.
–Es nuestro por este mes.
Y así lo fue: Porque vivieron en una burbuja en la que solo estuvieron los dos por las mañanas al despertar, luego en el desayuno e incluso en la ducha donde siempre compartían algo más que el shampoo y el acondicionador. También fueron dos cada noche al llegar después de largas jornadas laborales o facultativas, dos para cocinar y dos para acostarse a ver una película, leer un libro, simplemente pasar un rato o, por qué no, perderse entre las sábanas para fundir sus cuerpos y extasiarse de energía, placer y amor.
Fueron cuatro solo una noche en la que Eugenia y Nicolás fueron a cenar con ellos y fue entonces que descubrieron que Peter y el novio de la rubia ya se conocían y eran amigos del club a partir de la coincidencia de Victorio y Agustín en su grupo de siempre. Lali y Peter se perdieron en ellos y olvidaron por completo la realidad que los acontecía fuera de aquel departamento y de aquella burbuja.
Más de una vez él la sorprendió con una cena en la mesa chiquita del living, sentados en almohadones y solo iluminados por un par de velas y las luces de la ciudad. Y más de una vez ella lo había esperado frente a la facultad para llevarlo a comer a sus lugares favoritos.
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AMOR ENTRE COSTURAS
Hayran Kurgu"Las mujeres distinguimos perfectamente cuándo un hombre nos mira con interés y cuándo, sin embargo, lo hace como el que ve un mueble." María Dueñas