IV. Frenemies (y otros traspiés)

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Cuando abrió los ojos después de posponer la alarma tres veces, suspiró. Estaba mental y físicamente agotada desde que se había puesto al hombro la empresa familiar. Pasaba en el taller más horas de las que podía contar con ambas manos, cerraba la puerta principal cuando ya era de noche y regresaba por la mañana antes del amanecer. Y aunque quisiera haber seguido durmiendo hasta el mediodía, aquel sábado, no pudo negarse a pasarlo con su padre y Julia en el club. 

–Buenos días –dijo al entrar al comedor y encontrarlos desayunando a ambos. Besó sus mejillas y se sentó junto a su padre.

–Buenos días, Lali –sonrió Julia y le entregó un mate–. ¿Cómo dormiste?

–Bien, necesitaba esas horas extra de descanso.

–Viene siendo duro en el atelier, ¿eh?

–Sí, pero nada de lo que debas preocuparte, papá –sonrió–. ¿Cómo te sentís hoy para jugar?

–El día de hoy es para que juegues vos con la hija de Miguel Del Cerro.

–¿Con María? –asintió él–. No sabía que seguía viviendo en Buenos Aires.

–Vive seis meses acá y seis meses en París –explicó Julia–.  El otro día me la crucé a su madre en yoga y al comentarle que estabas acá de vuelta pensamos que sería bueno que puedas reencontrarte con ella.

–Sí, claro, la verdad es que en todos estos años no estuve muy en contacto con ella más allá de seguirnos en las redes sociales. 

–Entonces tendrán mucho de lo que charlar para ponerse al día –y entonces Lali lo estudió con la mirada entre sorbos del té que se preparó para mejorar su garganta. 

–¿Y qué ganas vos con todo esto? Porque yo no tengo ningún problema en jugar un par de sets con Mery pero, qué interés tenes vos en esto respecto a su papá? –Julia rió y le dio la razón.

–Lali, ya te lo dijo Julia, se cruzó con Denis en Yoga y pensaron que sería algo bueno que te reencuentres con tus viejas amigas y... bueno, de paso yo puedo hablar con Miguel y ponernos al corriente en la bolsa –y rió en complicidad de sus dos mujeres porque el sastre no daba puntada sin hilo.

Al estacionar el auto Lali se asombró solo un poco al notar que el color de las paredes del edificio había sido reemplazado: el histórico amarillo patito había sido dejado atrás para darle la bienvenida a un beige claro bien sofisticado y contrastante con el verde del jardín y la gran arboleda que rodeaba al edificio. Caminó junto a sus padres y sonrió educadamente a todo aquel que se cruzaba en su camino y la saludaba recordándola como la pequeña de Carlos que había marchado dos años atrás. 
Aunque no entendía el por qué, un poco le molestaba que la siguiesen recordando como aquella que era una chiquilla y que ella había dejado tan atrás. Mariana era una mujer resuelta, segura de sí misma, muy libre, realizada y convencida de que era dueña y hacedora de su propio destino.

–Papá –dijo interrumpiendo la conversación prolongada que estaba teniendo su padre con un hombre–. Disculpen, ¿qué tal? –fingió una sonrisa–. Voy a buscar a María, ya se está haciendo la hora de la reserva. Los busco después, ¿Si? –él asintió, ella besó la mejilla de Julia y siguió su camino. 

Bajó las escaleras que la separaban de las canchas y se acomodó los lentes de sol que llevaba puestos. Frenó frente a la pizarra que anunciaba las reservas de las canchas para encontrar su nombre en la número tres. Giró sobre sí para ir hacia allí pero no vio que había un cuerpo detrás suyo con el que chocó de lleno haciéndola tirar la raqueta al suelo.

–Disculpame, no te vi –dijo lamentándose y agachando a juntar la botella de agua de él. 

–Todo bien, no te preocupes –sonrió y la miró–. Tuya –le dio la raqueta y ella hizo lo mismo con el agua.

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora