El domingo electoral en Argentina tiene un no sé qué que lo hace especial. Desde que se habilitan las urnas las escuelas de todo el país se convierten en escenario de todos los personajes barriales, sin distinción de clases, géneros o cargos, uno a uno se presentan a cumplir con el deber ciudadano. Hay gente que se levanta temprano para cumplir con la democracia, y liberarse el resto del día, quienes mientras esperan a ser llamados ya están digitado por teléfono el asado del mediodía con sus familiares o amigos. Están los que se acercan con niños porque ese mundo de grandes es fascinante, y también quienes usan a las criaturas para saltarse los minutos de espera alineados e irse más rápido. Lo que se repite cada vez es la imagen de las filas en las puertas de las escuelas, desde donde cada persona es escoltada a su mesa por algún policía, docente o simplemente un buen ciudadano que orienta a los más perdidos.
Algunos le rehuyen al voto como si quemara, aunque por suerte son los menos, y también están los adultos mayores que pese a poder elegir prescindir de su presencia, siguen acercándose a cumplir ayudados por sus hijos, nietos o cuidadores porque la democracia somos todos. Pero en la casa de los Lanzani, Juan Pablo se levantó alrededor de las seis de la madrugada, se vistió con un traje negro impoluto, tomó su café negro y amargo (Como él, dirían las malas lenguas), tomó su maletín y se fue sin decirle ni los buenos días a su mujer.
No recuerdo si en algún momento nos pusimos a analizar la compleja personalidad de Juan Pablo, menor de tres hermanos de una familia aristocrática de la élite argentina, devoto del amor de su madre y un joven lleno de amigos que se inició en la política a sus veinte años, cuando en tercer año de la carrera de derecho, un amigo lo invitó a participar a una reunión con la agrupación de libertarios que lo convencieron de lo injusto de que otros de menos recursos tuviesen acceso a lo mismo por lo que él se había esforzado tanto (Hijos de la meritocracia). Discurso que lo llevó a confrontar con sus hermanos mayores que habían empezado a militar mucho antes que él en agrupaciones radicales. El fin de su relación con sus hermanos fue en el momento en que uno fue desaparecido por los grupos paramilitares en 1974 y otro debiera exiliarse forzosamente a México para evitar el mismo triste e injusto destino.
A los cuarenta y cinco años la vida lo sorprendió solo, rodeado de acompañantes pagas, y lo sacudió con la muerte de su madre. La política fue el refugio de Juan Pablo que quedó fascinado con la belleza de Claudia cuando ella acudió en busca de su hermano Rafael a la oficina que ambos compartían en un piso de la calle Libertad, en la zona palermitana de Buenos Aires. Claudia que era una modelo devenida en artista bohemia y aceptó sorprendida la invitación a cenar de Juan Pablo cuando éste apareció en una muestra de sus cuadros.
Claudia descubrió un lado que el galán Lanzani no le había permitido ver a nadie más, pero se cerró a ser el de siempre cuando Juan Pedro cumplió un año, para volver a ser el amargado bicho de la política, ambicioso de poder y de dinero, aunque tuviese tanto como para no trabajar el resto de su vida. Por esto Claudia se había dedicado toda su vida a que su hijo no fuese como su esposo.
Por eso aunque su marido se había esfumado de madrugada, el domingo electoral para Claudia tuvo un sabor diferente a cualquier otro. Porque se levantó y se dio una ducha escuchando música y cantando debajo del agua, se vistió con un sencillo pantalón blanco de lino y una camisa celeste de la misma tela fresca porque el sol de octubre asomaba desde temprano y ella pensaba disfrutarlo. Al bajar saludó a sus empleadas, tomó las llaves del auto y salió de su casa sin dar más explicación que un ''nos vemos cuando nos veamos, disfruten su domingo''. Manejó hasta su patisserie predilecta, retiró su pedido y sumó unos macaroons de colores y sabores varios que sabían que eran los preferidos de su nuera. Se detuvo en la puerta del colegio en el que debía emitir su voto, hizo la fila exprés al tratarse de la posible primera dama de la ciudad, y ya con los trámites listos, manejó hasta su destino final. Para su suerte encontró lugar en la puerta de la gran avenida y bajó con su paquete y una sonrisa brillante al ver a su hijo parado en la puerta de su nueva casa con unas simples bermudas y una remera lisa blanca, arrugada.
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AMOR ENTRE COSTURAS
Fanfic"Las mujeres distinguimos perfectamente cuándo un hombre nos mira con interés y cuándo, sin embargo, lo hace como el que ve un mueble." María Dueñas