XXIII. Encerrados

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Abrió los ojos lentamente y se desperezó entre las sábanas mientras acostumbraba la vista a la luz que se filtraba tras la cortina. Se sentó y permaneció ahí mirando un punto fijo en algún lugar que en realidad no estaba viendo. Bostezó y se refregó los ojos para mirar la hora en el teléfono y descubrir que eran cerca de las diez. El teléfono la sobresaltó y atendió rápidamente para que no lo despertara a él que aun estaba despatarrado en el sillón.

–¿Hola? 

–Señorita Espósito, queríamos avisarle que ya tienen las viandas del desayuno en la puerta de su habitación. 

–Ah, perfecto. Muchísimas gracias.

Cortó y se levantó para abrir la puerta y juntar la bolsa de papel madera que descansaba en el suelo del pasillo junto a una canasta pequeña que guardaba la vajilla.

Apoyó todo en el suelo, lo desinfectó y luego lo acomodó en la mesa. Prendió la pava eléctrica, buscó los vasos que habían dejado a su lado, los mates y arrastró los pies hasta el matero donde encontró la yerba. Luego de haber dejado todo listo, se acercó a él. 

–Peter... –susurró mientras lo tocaba apenas–. Peter –repitió.

–¿Mhm?

–Trajeron el desayuno y está servido en la mesa... Despertate –lo vio moverse un poco y recién ahí se fue a sentar para iniciar su día. Lo siguió con su mirada mientras tomaba jugo: Él se desperezó, pestañeó varias veces hasta acomodarse a la luz, suspiró y bostezó mientras tomaba su celular, deslizaba su dedo y volvía a bloquearlo para dejarlo en el sillón. Se sentó y unos segundos después miró hasta ella para encontrarla.

–Buen día.

–Buen día –repitió–. Te armé el mate. 

–Gracias –se levantó, fue hasta el baño y cerró la puerta tras de sí. Minutos después salió de allí y arrastró sus pies hasta la mesa–. Ahora si. 

–¿Cómo dormiste? –dijo untándose una tostada.

–Creo que bien –dijo girando de un lado al otro el cuello. 

–Te queda chico el sillón, ¿no? –él asintió–. Hoy podemos cambiar si queres... es justo para ambos.

–Lo voy a pensar –sonrió de costado y bebió un vaso de jugo–. ¿Hace mucho trajeron esto?

–No, recién me llamaron para avisar –dijo y mordió la tostada–. ¿Qué planes tenes para hoy? 

–Estuve pensando que tendríamos que hacer una llamada con mi madre y Carlos para ponerlos al corriente de lo que pasó en New York.

–Sí, yo algo le comenté a mi papá pero estaría bueno ver cómo seguimos teniendo en cuenta que estamos encerrados acá por lo menos trece días más –él asintió.

–¿Tuviste alguna novedad de Miranda? 

–Tengo que preguntarle a Euge, se me desconfiguró algo del teléfono y no me acuerdo la contraseña del mail. 

–Bueno, si te parece podemos hacer la reunión en una hora... les mando un mail a todos así los notifico.

–Sí, pero... tendríamos que ver que las notebook no interfieran el video de la otra.

–¿Qué?

–Claro, porque yo... –lo miró–. Yo no le dije a Pablo que estábamos encerrados en la misma habitación –y ella lo miró disimuladamente de reojo y lo vio sonriendo–. ¿Qué te causa gracia? –lo reprendió con una sonrisa.

AMOR ENTRE COSTURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora