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Entre el último día de tu vida y el primero de la mía transcurrieron quinientos dos días. Sin embargo, siempre has estado presente de alguna manera. La primera imagen real que tuve de ti era la foto que estaba sobre el televisor de la sala. En ella eres un chico de trece años que se parece a mamá. Llevas el pelo negro bastante largo y bien peinado, como el de mamá.

No sonríes. No me miras. Tus ojos se fijan en algo que está más allá de la cámara y de los compañeros de colegio. Tengo casi trece años y estoy ante el televisor, mirando tú fotografía. La puerta del balcón está abierta. Los copos de nieve se cuelan en el cálido interior y serpentean en torno a tu foto antes de caer al suelo y derretirse.

— ¿Quién es? —pregunto a mis padres.

—Tu hermano —responde mamá, cerrando el balcón—. Tu hermano Hoseok.

—Murió antes de que tú nacieras —explica papá.

Pero tengo frío y soy demasiado joven para entenderlo. Sigo mirando tu foto. A veces, cuando estoy triste, tú también estás triste. Cuando estoy contento, me parece ver una sonrisa secreta en tus labios. Me quedaba allí, contemplando tu foto. No podía comprender que fueses mi hermano y hubieses muerto. Era una idea demasiado abstracta para mí. Mi familia se limitaba a mis padres y a mí. Tú solo eras una idea. O, tal vez, un deseo.

Cuando me hice mayor —cuando empecé a ir al colegio—, preguntaba por ti a mis padres. Quería saber quién eras, qué habías hecho, con quién jugabas.

Aunque hubieses jugado mucho, Hoseok, solo eras un niño cuando falleciste.

—Hoseok era un encanto —decía mamá con el tono de voz que utilizaba para leerme cuentos—. Era muy inteligente. Le gustaba dibujar y pintar. Todo el mundo lo quería: los profesores, los compañeros del colegio, los chicos de la calle. Todos lo adoraban. Y se pusieron muy tristes cuando murió, tristísimo.

— ¿Sus compañeros fueron al funeral? —preguntaba yo.

—No, por Dios. Solo los más íntimos. Hicieron una ceremonia en el colegio, creo que el día antes del funeral, y la iglesia se llenó.

— ¿Por qué murió?

—Ya lo sabes —decía mamá con paciencia—. Te lo he contado cientos de veces. 

—Pero quiero que me lo cuentes una vez más, quiero oírlo —imploraba yo.

—Lo arrolló el tren y murió en el acto. Todo fue repentino.

—No —replicaba yo—. Así no. Cuéntamelo como siempre.

—A Hoseok le gustaba ir al bosque. Le encantaban los animales, las flores y los árboles. Siempre estaba buscando criaturas salvajes...

— ¿Encontró algún cachorrillo de zorro? —interrumpía yo. Mi madre sonreía.

—Sí, un día que se levantó muy temprano. Si won y yo acabábamos de despertarnos cuando Hoseok llegó a casa. Entró en casa riendo y gritando: «¡Levantaos! ¡Arriba!», y fue a nuestra habitación. Se sentó en la cama y nos habló de los cachorros de zorro.

— ¿Cuántos años tenía entonces? 

—Once o doce. Nos contó su excursión por el bosque. Estaba sentado en un viejo tronco cuando oyó una especie de quejido. Al principio se asustó, pero era muy curioso, así que se subió a una roca para ver mejor y protegerse. Y allí, debajo de la roca, vio tres cachorritos de zorro jugando ante su madriguera.

—Seguro que se puso muy contento, ¿verdad?

—Sí —respondió mi madre con cierta tristeza—. Muy contento. El día que murió también había ido al bosque. Por la mañana, durante el desayuno, nos dijo que saldría a dar un largo paseo. Quería encontrar algo nuevo, algo que no hubiese visto nunca. Le preparé un sándwich y un termo con bebida. Y antes de que se fuese, le recordé que llevase la brújula por si se perdía. Al otro lado de la carretera el bosque es muy extenso.

Mi Hermano y Su Hermano --- JHS+MYGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora