Capítulo 30: Alocada despedida de Navidad

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Estas son las peores vacaciones de mi vida. Seguramente nunca tendré unas peores que éstas. Amargado, reprimido, acosado, y repudiado por mi abuela hasta la saciedad. Ni siquiera en nochebuena o en fin de año ha tenido una ligera consideración conmigo, llevo doce días de castigo constante.

Durante éstos doce días he tenido que soportar las reiteradas faltas de afecto de mi abuela, la cual se ha pasado mandándome tareas como si ésta fuese su casa, lanzándome dardos envenenados en forma de comentarios despectivos, y quejándose a mis padres cuando nos veía a Ly y a mí de manera cariñosa. Para evitar más discusiones, tras la décima discusión en los dos días que llevaba la vieja en casa, mi madre nos obligó a prometerle que no haríamos absolutamente nada con la abuela delante, dejándolo para la intimidad de nuestro cuarto.

¿Pero cuál es el problema? Que en nuestro cuarto tampoco tenemos intimidad. Aunque mi hermana está ligeramente acostumbrada a nuestras muestras de afecto, tenerlas que presenciar a medio metro y de manera constante le molesta, ocasionando que Ly las haya reducido al mínimo para tenerle algo de consideración.

Y ni siquiera podemos conseguir estar un par de minutos solos. Mis padres están constantemente proponiendo actividades o salidas, para evitar que nosotros o Sara desaparezcamos todo el dia fuera de casa. Y si por algún casual Sara se va, la vieja y mi madre están constantemente vigilándonos, como si se hubieran puesto de acuerdo para molestarnos... y la abuela ni siquiera llama a la puerta.

¿Cuál es el resumen? Que fuera de nuestra habitación, sufro constantes ataques de la abuela y no puedo ni dar un sólo beso a Ly. Y dentro tengo que soportar a mi hermana y apenas puedo gozar del cariño de mi diosa.

Puede parecer exagerado, pero siento ansiedad. Desde que era un niño he podido disfrutar de los besos, abrazos y caricias de Ly casi a diario, y que me los quiten de golpe junto al estrés de convivir tanto tiempo con la abuela, me crea una sensación horrible que me oprime el pecho...

Y si las muestras de afecto son escasas, el sexo es inexistente. No es que ni yo ni Ly seamos adictos al sexo, pero desde que lo descubrimos no solemos estar más de dos o tres días sin que ocurra nada, no necesariamente coito, sino algún tipo de juego o algo por el estilo. Y lo más excitante que hemos hecho en los últimos doce días, es alguna caricia fugaz en la oscuridad de la noche.


*******


— No hace falta, nuera. —replica mi abuela con negando repetidamente con la cabeza mientras se alisa la manta que cubre sus piernas.

— Claro que sí, mujer. —contesta mi madre regresando al salón con una taza de té—. No nos cuesta nada acercarte con el coche.

— Está bien. —concede finalmente la vieja.

Ignorando el resto de la conversación entre mi madre y la bruja que tengo por abuela, mi mirada busca apoyo en Ly, la cual está sentada junto a Sara en el otro sofá, ojeando ocasionalmente la televisión mientras esperamos a que mi padre vuelva de trabajar para llevar a la vieja a la estación.

— Por fin. —murmuro por lo bajo cuando escucho el familiar sonido de las llaves de mi padre abrir la puerta principal.

— Hola. —anuncia mi progenitor dejando las cosas rápidamente en la mesa antes de acercarse a nosotros, dejándole un beso en la mejilla a mi madre y mi abuela—. ¿Ya lo tienes todo listo?

— Sí, hijo. —asiente la vieja poniéndose en pie—. Aunque ya he dicho que no necesito que me acerquéis, puedo llamar a un taxi.

— No digas tonterías, mamá. —contesta mi padre con un resoplido—. ¿A qué hora sale el tren?

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