Capítulo 34: Pequeños trenes de casualidad

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Avanzando detrás de Dy por el estrecho lugar, esquivando personas y equipajes, finalmente nos detenemos delante de nuestros hipotéticos asientos, haciendo que la impaciencia por comenzar el viaje se relaje un poco.

— Este es. —indica Dy señalando los asientos y agarrando mi pequeña maleta para colocarla en su sitio—. ¿Quieres ventanilla o pasillo?

— Pasillo. —respondo hundiéndome de hombros, ocupando mi asiento del tren y abrazándome al brazo de Dy cuando él ocupa el suyo a mi lado.

— Por fin estamos aquí. —comenta exhalando un suspiro, copiando mi sonrisa cuando me mira.

— Qué ganas de llegar. —murmuro levantando la barbilla para que el se incline a darme un beso, demasiado tímido a mi gusto.

Acomodándome contra él, me quedo escuchando el ruido general de personas hablando, ruedas arrastrando maletas, golpes secos, pitidos... Los cuales van disminuyendo conforme se acerca la hora de salida del tren.

— Siempre apurando. —comenta un hombre arrastrando un equipaje hasta mi lado, girándose a mirar a una mujer.

— ¿Y qué quieres que haga, Alan? —responde la mujer con una ligera mueca, ocupando el asiento al otro lado del pasillo del mio—. Mi jefe necesitaba esos informes antes de que me fuera.

— Lo sé, pequeña. —contesta el hombre con un suspiro, guardando el equipaje y ocupando el asiento libre—. No era una queja.

— En fin, ahora a disfrutar de unas merecidas vacaciones. —murmura la mujer sonriendo, haciendo que el hombre también lo haga.

— Sí. —comenta el hombre mientras se inclina a darle un beso, haciendo que me sienta incómoda cuando se separan y la mujer me pilla mirando.

— ¿También de vacaciones? —pregunta la mujer observándome con cierta gracia.

— Sí. —contesto echando un fugaz vistazo a Dy—. Nuestros padres nos han regalado un fin de semana en Sevilla, para celebrar nuestra mayoría de edad.

— Vaya, pues felicidades. —comenta la mujer asintiendo para luego lanzar una pequeña risa—. Mis padres jamás me hubieran dejado ir con un novio a solas un fin de semana, y menos fuera de la ciudad.

— Bueno, nuestros padres son más comprensivos que nuestras madres. —replico riendo—. Además, que conocen a Dy desde que nacimos, y llevamos más de diez años saliendo.

— Para que luego digan que las relaciones de los jóvenes de hoy en dia son fugaces. —murmura la mujer levantando las cejas—. Aprovechad ahora, que estáis en el mejor momento de la vida.

— Sí. —asiento entrelazando mi mano con la de Dy—. ¿Y ustedes también van de vacaciones a Sevilla?

— Por favor, no me hables de usted que ya me siento suficientemente vieja mirándoos. —dice la mujer con una cara divertida—. Y no, nosotros vamos a Sevilla para tomar un vuelo al Caribe.

— Vaya, que bien. —murmuro con cierta envidia.

— Sí, es el lugar donde me pidió la mano hace diez años, y vamos para celebrar el aniversario. —comenta la mujer sonriente.

— Qué envidia. —digo lanzándole una leve mirada de acusación a Dy—. Yo aún sigo esperando que cierta persona me pida la mía.

— Aún sois muy jóvenes. —replica la mujer riéndose—. Ya tendréis tiempo.

— Nunca es suficientemente pronto ni tarde para eso. —murmuro escuchando la risa de la mujer nuevamente.

— ¿Qui...

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