Capítulo 2- Afrodita tortura a los mortales

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Nunca he sido bueno en los deportes, soy más del lado artístico. Me gusta ver partidos de soccer, juegos de baloncesto y etc., pero jugarlos ni loco. Por eso ahora que estamos en clase de educación física y jugando un pequeño partido de volleyball me siguen dando "accidentalmente" con el balón en la cabeza. El profesor no les dice nada, de hecho, ¿cómo lo haría si tiene sus narices en una revista de autos?

El equipo contrario nos está ganando por dos puntos, lo cual poco me podría importar, pero ya qué. Rotamos posiciones, así que es mi turno de hacer el saque. Tengo en mente darle "accidentalmente" a uno de estos idiotas con la pelota en la cabeza, pero desgraciadamente suena el timbre y no puedo cobrar venganza. Aunque viendo el lado positivo, se acabó el horrible juego.

Me dirijo al vestidor de chicos para cambiarme el uniforme de la clase, el cual es solo una camiseta y pantalones cortos grises. Me cambio rápidamente, me echo un poco de perfume en el cuello y recojo mis cosas. Mi celular suena en mi bolsillo; es un mensaje de Gian. Pero no puedo siquiera leerlo porque un chico estrella su hombro contra el mío.

Stai attento, straniero![1] —me dice y no necesito alzar la vista para saber quién es el dueño de esa voz.

Alto, hombros anchos, cuerpo de atleta, cabello marrón y ojos avellana... Pérez Salvatore es la versión masculina de mi hermana. Es el tipo que aprovecha cada instante para joderme la vida, y a la misma vez hace que todo el instituto lo haga también. El chico me odia sin razón alguna y vamos, hay que darle crédito por poner al instituto entero en mi contra llamándome "extranjero". Él es como Gastón de la Bella y la Bestia.

Solo ruedo los ojos. Generalmente respondo a sus estúpidos comentarios, pero por alguna razón hoy no estoy de humor.

~*~

Le doy un sorbo a mi Cappuccino que está un poco frío luego de soplarlo varias veces. Después de las clases terminar Gian y yo nos fuimos a esta cafetería no muy lejos de la escuela, que además es mi lugar favorito en todo Nápoles. Sirven el mejor café italiano y la comida es indudablemente sabrosa. Además el dueño me tiene aprecio y a veces me da trato especial por ser su cliente más leal.

Gian se queja de su profesor de historia y cómo les dio un examen sin avisar y que probablemente sacará un cero. Entonces la campanita encima de la puerta de la cafetería suena y yo instintivamente alzo la vista a la misma. Literalmente dejo de respirar cuando la veo. Cabello cobrizo —o pelirrojo en el sol—, largo, lacio y probablemente suave, hermosos ojos verdes, rostro esculpido por los mismos ángeles, labios rosados, tentadores y seductivos, y cuerpo de modelo. Ella es como Afrodita en persona. Victoria Barone es el amor de mi vida, la chica de mis sueños, mi santo grial, mi luz al final del túnel... Y ya estoy siendo muy cursi.

La mala suerte es que nunca le he hablado y a lo mejor ella no sabe quién soy, aunque puede que sí.

Sigo cada uno de sus movimientos. Victoria y sus amigas se sientan en una mesa no muy lejos de nosotros y un mesero les trae el menú.

Gian me trae de vuelta al mundo de los mortales chasqueando sus dedos frente a mis ojos. Él ya se ha terminado su café y el mío sigue a mitad.

—Y luego te quejas de que yo no te escucho —me dice echándose una dona entera a la boca. Yo ruedo los ojos—. ¿Qué estás mirando de todos modos?

Él mira por encima de su hombro y busca con la mirada.

—Nada —respondo inmediatamente a la misma vez que la ve.

—Ah —dice como si fuera algo normal (que lo es, por cierto)—. ¿Cuándo le vas a hablar? —pregunta con la boca llena—. Pérez te la puede robar.

Desearía que fueses mi droga (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora