Capítulo 11- El recorrido

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1 de noviembre de 2008

Mierda. Eso es lo primero que me llega a la mente en cuanto me despierto.

Decir que la cabeza me palpita como si fuera una bomba de tiempo no es suficiente. Me pesan los ojos, me duele todo el jodido cuerpo y tengo una sed incontrolable. Me levanto a puras penas y camino mareado hacia el baño. Me tropiezo con mis propios pies y casi me voy de boca hacia el lavamanos. Me miro en el espejo y pego un brinco al verme. Luzco terrible: los ojos rojos, bolsas bajo los mismos, mi cabello desordenado... Parece que un huracán me pasó por encima.

¿Qué coño pasó anoche?

Intento recordar algo, pero es inútil. No me acuerdo de nada, lo cual es frustrante. Quién sabe qué locuras hice anoche.

Me echo agua fría al rostro, sintiéndome mucho mejor al instante. Me lavo los dientes y me cambio de ropa mientras me pregunto cómo rayos logré llegar a la cama. Supongo que me quedé en la sala e Ignazio me llevó a mi cuarto. Sí, eso debió ser.

Bajo a la cocina y me preparo un plato de cereal con jugo de manzana. Camino a la sala y casi se me sale el corazón en cuanto veo a una persona acostada en el sofá. Me sorprendo más aún al reconocerla: Victoria.

Mierda y recontra mierda. ¿Qué hace ella aquí?

¡Ay, no! Por favor, Diosito. Qué no me haya vuelto a acostar con ella. Eso es lo menos que quiero ahora con todo lo que siento por ella.

Pongo mi desayuno en la mesita de cristal. Me arrodillo en el suelo frente a ella y la zarandeo gentilmente.

—Victoria, despierta —digo, ella solo se queja—. Vamos, Vico, despierta.

Ella abre los ojos y ¡qué vista! Despertar en la mañana y ver sus ojos verdes debe ser una maravilla. Una jodida maravilla.

Ella se sienta en el sofá, estirándose. Tengo unas inmensas ganas de tomar su rostro en mis manos y besarla hasta que no pueda más. Pero no puedo; no me quiero ilusionar más de lo que ya estoy.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto mientras como mi desayuno sentado en el otro sofá.

—Pues... ¿No te acuerdas? —pregunta y niego con la cabeza—. Te encontré muy borracho y decidí traerte a tu casa. No podía dejar que condujeras considerando el estado en el que estabas.

—¿De verdad? —suelto un suspiro de alivio—. ¡Oh, qué bien! Pensé que tú y yo... Olvídalo.

~*~

Mi teléfono suena sin parar indicando montones de mensajes. La mayoría son de Gian, sonando como un padre preocupado.

Gian: Dove cazzo sei? [10] Te dije que no te movieras.

Gian: ¿Por qué no contestas? Estoy preocupado.

Gian: Te he buscado por todas partes. ¿Te fuiste con alguien?

Gian: ¡Oh por Dios! Tu auto no está. Dime que no lo hiciste. Contesta, por favor, Steve.

Gian: Steve, estoy con los nervios de punta. ¿A dónde te fuiste? Por Dios santo. Dime qué estás bien.

Este último es el más reciente. Rápido le marco, porque es más que obvio que está preocupadísimo.

—¡Jodida madre de Nerón! —es lo primero que dice cuando contesta—. ¿Tienes alguna estúpida idea de lo preocupado que estaba por ti? No pude dormir nada anoche pensando en que te había pasado algo, pendejo.

No puedo evitar reírme.

—Sí, mamá. Estoy bien —digo rodando los ojos.

—Maldito Julio César —sigue maldiciendo a los emperadores romanos—. ¿Por qué coño no te quedaste donde te dije? ¿Cómo llegaste a tu casa?

Desearía que fueses mi droga (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora