Capítulo 15- Los secretos siempre se descubren

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Suelto una risita. Todo lo que me dice es ridículo. No sabe lo que está diciendo. Está demasiado intoxicado.

—Ven —le digo, tomándolo del brazo—. Irás a darte un baño, luego nos vamos a deshacer de la "harina" y de cualquier otra cosa que tengas y por último...

—¿Estás loco? —chilla, horrorizado—. No dejaré que lo hagas.

—Gian —hablo con calma, como si le hablara a un niño de cinco años—, ahora que estoy aquí no hay necesidad de que sigas con esto. Además, quiero que dejes de usar drogas.

Él se pasa las manos por el cabello, frustrado.

—¿Es que acaso no escuchaste nada de lo que acabo de decir? —pregunta.

—¡Shh! —lo callo, haciendo con mi mano la seña para que se calle—. No quiero escuchar. Después de que hagamos eso, pasaremos la tarde viendo películas, jugando videojuegos o cualquier otra cosa. Así que ven, a ducharte.

Lo tomo del brazo nuevamente y lo guío por el pasillo mientras él se resiste y se comporta como un niño pequeño. Cuando ya se ha aseado y está un poco más tranquilo, lo obligo a deshacerse de la cocaína y de cualquier otra droga que tenga. La tarea es un poco difícil, ya que Gian no quiere hacerlo, pero al final da su brazo a torcer.

Luego nos sentamos en el sofá más grande de la sala y nos ponemos a ver una película de acción. Entonces recuerdo la estatuilla que le compré, la cual con tanto embrollo no he podido darle.

—Casi se me olvida. Ten; te compré esto en Roma —digo, dándole la cajita.

Él la toma y frunce el ceño mientras la examina.

—¿Qué hay dentro? —pregunta. Tomo un sorbo de mi soda y escondo una sonrisa que amenaza con aparecer en mis labios.

—Ábrela —digo.

Gian deshace el lazo que envuelve la cajita, la abre y saca la estatuilla. Aprieto los labios para no reírme al ver su expresión.

Ma cosa...? [14] ¿Es en serio, Steve? —pregunta indignado—. Sabes que detesto a este sujeto más que a nadie.

Estallo en carcajadas porque no las puedo retener más. Él está molesto y me mira como si quisiera matarme al estilo de la antigua Roma.

—Lo... Lo siento —intento hablar, pero me es imposible y ver su expresión solo lo empeora—. Es que... Tu cara...

Me sigo riendo, él niega con la cabeza y vuelve a meter la estatuilla en la caja.

—No puedo creerte —murmura.

Intento controlarme y luego de unos momentos lo logro. El estómago me duele de tanto reírme.

—Era una broma. No creas que soy tan mal amigo. Obvio que te compré algo mejor —le explico. Gian me mira de reojo.

Saco otra cajita del bolsillo de mi chaqueta y se la extiendo. Él contiene un grito mientras abre la caja y saca lo que hay dentro.

—No inventes. Gafas Gucci —dice perplejo, sosteniendo en sus manos unas gafas negras polarizadas, modernas, pero elegantes y masculinas.

—Ves que no soy tan mal amigo —digo y él sonríe.

—Supongo que no. ¿Cómo las conseguiste? —pregunta, poniéndoselas—. ¡Guau! Todo está oscuro.

—Había una tienda cerca.

—Ni siquiera voy a preguntar cuánto costaron —dice guardando las gafas dentro de la caja.

—Te lo digo si quieres —propongo.

—¡No! —responde rápidamente—. Si sé el precio, no las aceptaré. Esto cuesta más que mi mediocre celular.

Desearía que fueses mi droga (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora