Yurio se fue a vivir a la pequeña casa de Otabek el día después a la muerte de Celestino, y de todos los que lo presenciaron, él parecía el más traumado con la muerte del hombre italiano.
¿Cómo pudo haberlo tratado tan mal después de haberle hecho tantos favores en vida? Estaba enojado consigo mismo. No pudo hacer nada para salvar a Celestino, todos estaban siendo tan amables con él, cuando en realidad, no deberían.
Pero la muerte no perdona, siempre está detrás de ti aguardando, y no importa qué tanto quieras regresar a aquellos días de vitalidad con tus seres amados y decirles todo lo que siempre les quisiste decir, agradecerles por su tiempo, su comprensión y todo lo que han hecho por ti, simplemente... ya no puedes.
Otabek se había portado como un príncipe desde que llevó a Yurio a su casa. Le cuidó, le alimentó y le abrazó las veces en las que el rubio lloraba por su mala suerte, y Yurio no podía dejar de agradecérselo.
No quería hacer nada más que tirarse en su cama y llorar. Sentía que todo esto había sido su culpa. Ni siquiera su gato gruñón le mejoraba el ánimo, aún después de días del fallecimiento del moreno.
Su funeral fue algo doloroso. Con todo el respeto que se merecía, dejaba ir una parte bastante importante en su vida.
Comenzó a poner mucha confianza en Otabek. Él era quien lo guiaba en sus días tristes... tan tranquilo, tan masculino y tan amable.
Se acurrucaba en su pecho mientras veía televisión, ambos acariciando al gato en el regazo del rubio para mantener un poco de tranquilidad en ambas cabezas.
Habían estado durante unas cuantas horas sentados en el sillón, viendo películas animadas viejas, intentando calmar un poco el adolorido corazón del rubio. Otabek pasaba sus dedos por su cabello con su otra mano, dejándolo un poco adormilado de vez en cuando. Sabía que estaba cansado.
Cuando el rubio estaba a punto de dormir, intentó alejarse un poco de aquel ligero cuerpo.
—No te vayas —le tomó de la mano el ruso con la preocupación impregnada en la mirada.
El kazajo no pudo hacer más que sentir una oleada de ternura golpear directo en su corazón. Se veía tan vulnerable de esa manera que no lo podía entender realmente si el que estaba ahí en el sillón, era el chico del bar por el que tanto había estado luchando.
Otabek dejó mostrar una reconfortante sonrisa.
—Iré a preparar algo de comer.
Yurio negó con las cejas fruncidas en preocupación. No quería dejar de sentir aquella calidez que le había otorgado el kazajo por tantos días.
—No tengo hambre —confesó bajando la mirada.
El kazajo regresó a su puesto al lado del cuerpo de Yurio, sintiendo cómo este se acurrucaba más a su lado al volverlo a sentir sentado en el sillón, suspirando de alivio por el tan familiar calor. Tomó una de las manos del ruso y comenzó a acariciarla.
Estar junto al joven de seria personalidad y corazón de oro, era de los pocos momentos en que Yurio se sentía en paz. Con el mundo, con su vida, con sus pensamientos.
Pero a la vez se sentía un completo desgraciado, quería llorar de nuevo porque el chico había sido tan bueno con él, y Yurio estaba siendo una mierda.
Su objetivo se había disipado de su mente como el polvo con los días al lado de él, ya no quería pensar en ojos zafiro que acarreaban gran poder ni en miradas castañas que le revolvían el estómago, y mucho menos quería perder a Otabek.
Solamente de imaginar una vida sin la esencia del hombre inundando sus sentidos lo volvía loco.
Si quería ser una persona que no lastime a otros como Otabek o Celestino con su estúpida actitud hiriente, será mejor que comience cambiando.
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F L E S H [❄Viktuuri❄]
FanfictionEl secuestro de Yuuri Katsuki lo lleva a parar a Rusia, lejos de su familia y su lugar natal de nacimiento. Tras haber estado días en la obscuridad de un sótano se le da la oportunidad de escapar, haciéndolo llegar por obras del destino a un cabaret...