Capítulo 13

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«A menudo pasamos junto a la felicidad sin verla, sin mirarla, o incluso si la hemos visto, sin reconocerla»

-Alejandro Dumas


CAPÍTULO 13. TODO PUEDE DERRUMBARSE EN UN SEGUNDO.

Escucharlo hablar de sí mismo se había convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Nunca había sido una persona demasiado social, pero disfrutaba de cada segundo que pasaba junto a él. Y estaba segura de que, a esas alturas, lo necesitaba tanto como el aire para vivir. Estar junto a él era un regalo que no pensaba dejar escapar con facilidad. Me había llevado a un lujoso restaurante y hablaba animado de la fiesta que daría por finalizado oficialmente el verano, mientras yo disfrutaba del plato que había escogido para mí, procurando terminarlo antes de que él terminara él suyo porque sabía que odiaba esperar a que terminara de comer.

—No deberías beber tanto vino —recomendó atentamente cuando fui a rellenar mi copa. Dejé caer mi mano sobre la mesa y sonreí—. Así me gusta. ¿Qué tal la ensalada?

—¿Cuándo nos veremos? —pregunté algo angustiada por la idea de tener que separarnos durante el curso escolar. Él estudiaba empresariales en la universidad y yo tendría que mudarme al otro extremo del país para estudiar en el Internado Gold Stein junto a Amanda y, desgraciadamente, también Jenna.

No pensaba permitir que mi hermanastra arruinara lo que Eric y yo habíamos construido. Sabía que Eric no necesitaba nada de Jenna porque todo lo que ella pudiera ofrecerle, iba a ofrecérselo yo. Le iba a dar todo lo que pidiera. Tenía mi corazón que, pese a no saberlo, siempre fue más suyo que mío, e iba a darle todas las partes de mí que pudiera. Si eso no es amor, qué significa entonces. Daría lo mejor de mi misma y no permitiría que nada ni nadie se interpusiera entre ambos. Yo era completamente suya, algo que, con seguridad, nunca cambiaría.

—Tranquila. Podremos hablar por teléfono y vernos durante las festividades —Podría ser suficiente, pero no lo era para mí. Necesitaba más. Mucho más que hablar por teléfono y verlo en fiestas. Necesitaba verlo todos los días y poder tocarlo—. No permitiré que te olvides de mí aunque sea lo que más desees.

—Jamás querría olvidarte. —susurré.

—¿Has terminado? —Miré el plato medio lleno y asentí porque sabía que tenía que irse—. Así me gusta. Te recogeré a las seis para ir a la fiesta. Procura no vestir demasiado provocativa, no me gusta la idea de que todo el mundo vea lo que me pertenece —Me reí y asentí—. Perfecto. Vamos, tengo cosas que hacer y no me hace gracia que vuelvas a casa sola, podrían pensar que estas soltera.


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Amanda parecía una sirena. La parte superior de su bikini simulaban dos grandes conchas blancas con tonos rosáceos, mientras que la parte inferior iba cubierta de lentejuelas que caían libres sobre sus muslos, simulando escamas azuladas. Había rizado su cabello y colocado una diadema de conchas con purpurina. Todavía no me explicaba como se había atrevido a cruzar todo Londres con ese atuendo, yo no hubiera salido así ni aunque la ropa cubriera el triple de lo que hacía.

—Ojalá alguien se preocupara así por mí —comentó después de contarle el por qué de mi atuendo no tan atrevido como el suyo. Llevaba un simple vestido blanco, algo ajustado por la parte superior y con una falda que llegaba por encima de las rodillas—. Ni siquiera mi madre me presta tanta atención.

—Tú madre es super enrollada, no sé de que te quejas —Amanda se encogió de hombros—. ¿Qué querías contarme antes?

—¿Mm? —Se estaba aplicando máscara de pestañas y parecía estar absorta en su tarea de quedar perfecta—. ¡Ah, sí! —Se giró para mirarme directamente y no a través del espejo—. ¿Adivina quién me ha llevado a mí casa? —Hizo una pausa dramática— ¡Jenna!

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora