«Una mentira no tendría ningún sentido a menos que sintiéramos la verdad como algo peligroso»
-Alfred Adler
CAPÍTULO 2. TODO LO QUE CREÍ CIERTO, ERA MENTIRA.
Tras una semana desde la extraña conversación, la señora Daley no dio señales de vida y, realmente, tampoco esperaba verla en el futuro. Estaba bastante convencida de que cuando se había ofrecido a visitarme para hablar sobre mi madre no pensaba en otra cosa que en su sentimiento de lástima por mí y, por entonces, ya se habría arrepentido. No la juzgaba. Si mi mayor preocupación hubiera sido no saber dónde celebrar el próximo evento benéfico que organizaba, yo tampoco me hubiera parado a pensar en alguien tan irrelevante como yo. Así que no estaba molesta, es más, estaba bastante aliviada de no tener que escuchar nada sobre Esmeralda. Ya tenía bastante con mis problemas. Además, estaba segura de que, en algún momento de la semana, la vida me iba a dar una bofetada. No sabía que forma iba a cobrar, pero sabía con certeza de que el golpe iba a llegar. Una de las pocas lecciones que había aprendido era que la calma siempre precede a la tormenta y aquella semana había sido inusualmente demasiado tranquila. Ni murmullos, ni risas, ni insultos, ni discursos sobre lo patética que era. Hasta los profesores estaban actuando un tanto extraño, eran demasiado amables. Así que era evidente que me iba a dar de bruces contra un muro de hormigón en cualquier momento.
—¿Qué día es hoy? —preguntó Megan, una de mis compañeras de cuarto, la chica de la hermana pequeña.
—Otro día de mierda. —murmuré antes de meterme la última cucharada de yogur en la boca. No me gustaba merendar con todos estos extraños, pero estaba obligada, era parte de mi castigo. A la directora del centro le pareció una buena idea que me relacionara con los demás hijos del Estado; pero a mí me parecía una tortura.
—¡Ayla! —Me regañó Sofía—. No tiene gracia —dijo al ver que algunos presentes se reían. No era divertida, no solía contar chistes; pero ellos siempre creían que lo eran cuando decía lo que pensaba—. Tonterías, el día aún no ha terminado. Hasta medianoche no sabes si este es el mejor día de tu vida.
—Lo dudo —Me encogí de hombros—, pero me conformo con que no sea el peor.
—No pierdas la esperanza.
—Sí me dieran un euro por cada vez que dices esa frase, sería millonaria en menos de un mes y empezaría a creer en la esperanza esa de la que hablas.
Pero sabía que no existía, era una mentira para ingenuos que no querían reconocer la realidad en la que estaban atrapados. Nadie se despertaba siendo nada y se acostaba siendo alguien. Eso solo pasaba en las ficciones.
—El dinero no es la solución a todos tus problemas. —afirmó Sofia.
—¿Entonces porque las cosas solo le van bien a quien puede permitírselo? —cuestioné—. La suerte y la esperanza son un bien escaso que no todos podemos permitirlos. El dinero puede no ser la solución a todos mis problemas, pero abre puertas con más rapidez que una llave.
—Tienes razón. El dinero abre oportunidades, sin embargo, me temo que son de las que caducan cuando alguien está dispuesto a pagar más por ellas que tú. El dinero nos hace creer indestructibles cuando nos vuelve vulnerables y, además, atrae a personas interesadas únicamente en el número de cifras de tu cuenta corriente. —argumentó demasiado preocupada para haber estar hablando de un hipotético caso.
—¿Qué más da? Total, no me va a pasar. No voy a ser millonaria de aquí a un mes.
—Claro... —Sofia tragó saliva, parecía angustiada; pero no la conocía lo suficiente como para afirmar aquello con solo ver la forma que tenía de mirar fijamente el frutero.
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Efímero
Teen Fiction¿Conoces la sensación de no encajar en ninguna parte? ¿De ver como todo el mundo sigue hacia delante y tú te quedas estancada en un mismo punto? Así me sentí yo cuando mi madre murió, pensé que las cosas cambiarían a mejor tras su muerte; pero topé...