«Ahora ya no tengo dudas, no tengo remordimientos. Solo tengo unas ganas enormes de volver a empezar de cero y ser feliz»
-Federico Moccia
CAPÍTULO 20. ESTOY TRATANDO DE VOLVER A SER YO.
Sus palabras se colaron en mi cabeza. Lo miré a los ojos, esperando encontrar cualquier atisbo de burla; pero su rostro parecía tan sincero como sus palabras. Pestañé más rápido de lo normal. Estaba segura de haberlo oído bien, pero me estaba costando procesar lo que acababa de salir por su boca. Ninguno de los dos habló durante varios segundos, nos limitamos a mirarnos fijamente. Luego, él interrumpió el silencio aclarándose la garganta.
—Deberíamos volver a nuestras habitaciones —susurró—. Mañana tenemos que madrugar —Tardé unos segundos en encontrar las fuerzas para asentir y levantarme—. No te preocupes, yo recojo, tú vete a la cama.
—Claro, gracias por todo. —Tragué saliva y salí de allí.
Me tiré sobre la cama. Cubrí mi cara con la almohada para amortiguar un grito de pura frustración.
Hacía tiempo que había dejado de escucharme por escucharlo a él. Hacía demasiado tiempo que había dejado de cubrir mis necesidades por satisfacer las suyas. Hacía mucho tiempo que me culpaba de todos los errores por no cagarlo de culpa. Hacía bastante tiempo que había dejado de escuchar a mi instinto para escuchar a mi ciego corazón. Hacía un incontable tiempo que había dejado de ser yo por ser alguien que nunca soñé ser.
—¿Por qué? —cuestioné con la voz quebrada.
Me sentía estafada, como si hubiera comprado un billete al polo norte y hubiera acabado en la jaula de unos pingüinos de zoológico. Me pasé toda la vida diciendo que no sería como ella, que sería más fuerte y no me encadenaría a nada, a nadie. No obstante, había acabado maniatada a su lado, a mi pasado y a todos mis miedos. Había cubierto voluntariamente mis ojos porque me negaba a ver cómo me golpeaba física y emocionalmente.
No sabía cuánto tiempo llevaba jugando en un precipicio con los ojos vendados, ni como había esquivado caer al vertiginoso vacío. Ni siquiera sabía reconocer hacia donde tenía que caminar para alejarme del filo. Lo único que sabía es que había tierra firme en algún lugar y quería, necesitaba, encontrarla. Pero estaba bien, al menos, estaba mejor que días atrás. Sentía mi cuerpo vibrar como si me hubieran inyectado un chute de adrenalina. Me sentía viva. Más despierta de lo que había estado desde hacía meses.
Me duché en un tiempo récord y, por primera vez desde que salía con Eric, decidí no maquillarme. Alisé la falda del uniforme, mientras miraba nerviosa mi reflejo en el espejo. Tenía los ojos ligeramente hinchados, pero no me importó. No abroché los últimos botones de la camisa y la arremangué hasta los codos. Hacía tiempo que no mostraba tanta piel, los hematomas de los últimos golpes de Eric casi habían desaparecido, el único daño visible de su brutalidad era la venda que llevaba en la muñeca. Aunque nadie sospechaba que él estuviera implicado en mi caída.
Caminé en dirección contraria al comedor y las clases, fui directa a las habitaciones de la segunda planta y aporreé la puerta de mi objetivo. Abrió la puerta al quinto toque. Sus ojos castaños reflejaron la confusión que había en su interior, abrió la boca para hablar; pero yo interrumpí sus palabras levantando la mano. Pese a que quería escuchar lo que tenía que decir, no podía dejar que hablara primero porque temía perder la poca valentía que me había conducido a tocar a su puerta.
—Lo siento —Amanda me miró como si acabara de perder la cabeza, pero yo me sentí más cuerda que nunca—. Lo siento —repetí—. No se me dan bien las amistades, en realidad, se me dan fatal cualquier tipo de relación. En mi defensa diré que nunca antes había tenido una amiga; pero sé que no justifica que te haya ignorado. No me exculpa de haber sido una completa zorra contigo, no me exime de haberlo antepuesto a él —Ella abrió y cerró la boca sin llegar a decir nada—. Lo siento mucho. Mis disculpas no cambian las cosas y tienes todo el derecho a no querer ser mi amiga; pero lo siento. Siento haberte dejado plantada todas las comidas para estar con él. Siento no haberte acompañado a todas las fiestas que deseabas ir. Siento no haber tenido otro tema de conversación que no girara en torno a él. Siento no haberte escuchado ni haber comprendido lo que necesitabas de mí como amiga. Lo siento tanto que no existe ninguna palabra que defina lo arrepentida que estoy de haberme cargado nuestra amistad.

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Efímero
Teen Fiction¿Conoces la sensación de no encajar en ninguna parte? ¿De ver como todo el mundo sigue hacia delante y tú te quedas estancada en un mismo punto? Así me sentí yo cuando mi madre murió, pensé que las cosas cambiarían a mejor tras su muerte; pero topé...