Capítulo 19

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«Ten mucho cuidado con la palabra "AMOR". Es la palabra más usada, más manoseada, más falsificada, más tergiversada»

-Desconocido



CAPÍTULO 19. AMAR DEBERÍA SER EXTREMADAMENTE SENCILLO.

Habían pasado tan sólo un par de días desde el accidente en las escaleras de la casa de Eric. Pero aquellas veinticuatro horas había reflexionado más de lo que había hecho jamás. Había pensado en la caída, en las discusiones, en él y en mí. Había recordado las razones por las que estábamos juntos, los motivos por los que habíamos discutido y porqué seguíamos juntos. Mi cerebro procesó tanta información en tan poco tiempo que se saturó. Estaba triste, asustada, enfadada y confusa. Muy confundida. No comprendía lo que sentía. ¿Seguía sintiendo lo mismo? ¿Lo había sentido alguna vez? ¿Era eso real?. Y el problema no era solo Eric, el problema era otra persona. A quien debía infinitud de minutos de pura tranquilidad y sin complicaciones.

—¿Qué clase de pregunta es esa, Ayla? —Soltó una carcajada—. No sé, supongo que sí —dijo entre risas—. Tuve una infancia baste normal. No tengo ninguna especie de trauma familiar que me impida ver la luz al final del túnel, comprometerme o explique que sea un capullo con todo el mundo. Lo siento, no es mi historia —Se encogió de hombros—. Lo der ser imbécil es sin ningún motivo especial. —bromeó.

—Idiota —Me burlé de él. Aunque en realidad me hubiera gustado darle las gracias por ayudarme a olvidar todo, excepto el presente—. Te toca.

—¿Te duele? —Señaló la venda de mi muñeca.

—¿Vas a malgastar tu turno en preguntar por mi pobre muñeca? —sonreí.

—Dudo que cualquier pregunta sobre tu estado físico o emocional que respondas sea un desperdicio —Cogí aire y lo miré—. ¿Te molesta?

—A veces me duele un poco; pero es bastante soportable —No podría haber dicho lo mismo sobre el hiriente dolor de mi pecho. Uno que poco tenía que ver con haberme golpeado en la caída—. ¿Siempre supiste que querías estudiar historia? —Niega con la cabeza.

—De pequeño quería ser diseñador de moda —Lo miré, pensando que me estaba vacilando—. La culpa es de tu amiga Amanda, nuestros padres eran muy amigos y pasábamos mucho tiempo juntos. Ella no paraba de hablar sobre ropa y complementos —Se rió—. No tardé demasiado en darme cuenta de que no era lo mío. Y, a los doce, quería ser pianista —Sonreí, imaginando una mini versión de Asher aprendiendo a tocar—. Pasaba horas y horas tocando; aunque cualquiera que me escuchara podría haber pensado que estaba intentando invocar a un demonio. Tocaba tan mal que mi padre se compró tapones para no escucharme y mi madre se iba a dar largos paseos cuando empezaban mis clases. Estuve a punto de dejarlo sin que nadie me lo pidiera; pero cuando mi profesor dijo que era imposible, me empeñé en que sí lo era.

—¿Cómo sé que no me mientes? —reí—. Podrías seguir siendo un pianista terrible... Deberías tocarme algo, lo que quieras. —Una peligrosa sonrisa se dibujó en sus labios cuando me miró.

—No te imaginas las ganas que tengo de tocarte todo lo que quiera... —Tragué saliva—. Pero tu hablas de música y yo de física. —Aparté la vista, avergonzada, y él soltó una carcajada.

—Idiota. —Le di un golpe con el codo. Y una vibrante corriente me sacudió por dentro.

—Tenía que decirlo —Lo miré fingiendo estar molesta—. Lo del concierto privado no va a poder ser, ya no toco el piano; aunque puedo tocar otras cosas. Puedo hacerte una demostración de lo habilidosos que son mis dedos.

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora