Capítulo 7

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«Cada quien escoge la pared donde va a estrellarse»

- Desconocido


CAPÍTULO 7. SERÁS LO QUE LA GENTE DICE QUE ERES.

Parecía una princesa. La residencia Daley parecía un castillo abarrotado de personas influyentes que rezumaban dinero, exclusividad y poder. Regina había contratado a un chef a la altura de los invitados y los camareros viajaban de un lado a otro con bandejas llena de comida exquisita con nombres ridículos y copas de alcohol. No había nadie sin una copa o un tentempié.

—No te acerques a ella —Jenna también parecía una princesa, una mucho más elegante que yo—. Esa zorra huele el miedo —Se refería a Charlotte que estaba dando vueltas por la fiesta en busca de algo jugoso con lo que alimentar su revista— y es capaz de vender un riñón con tal de destrozarnos. Si le das una razón, hará todo lo posible por destruirte.

—Entendido. —Me escaneó con la mirada y mostró una ligera sonrisa.

—Te sienta bien el azul marino —Casi me atraganto al escuchar su cumplido—. Aunque yo hubiera escogido un ahumado para los ojos y un color que resaltara más mis labios. Pero los colores tierra y dorado no están mal.

—Gracias. Tú, eh, a ti te queda maravillosamente bien el burdeos. —balbuceé. ¿Ahora nos llevábamos bien? No es que nos odiáramos, creo; pero no me había dicho nunca nada bonito desde que la conocía.

—Lo sé, es mi color —Me guiñó un ojo mientras cogía dos copas de una bandeja—. Toma, necesitarás un par de estas; pero no dejes que la bruja escarlata te vea beber demasiado —Agarré la copa—. Me voy —Se bebió la copa de un tirón y la dejó en una mesa auxiliar—. ¡Suerte, hermanita! —gritó por encima del murmullo de la gente y el ruido de la música.

Di un sorbo a la copa y fruncí el ceño cuando el asqueroso brebaje dorado con burbujas bajó por mi garganta. No entendía como toda esa gente podía beber aquello con la misma facilidad que Jenna. Dejé la copa entera junto a la de Jenna y caminé por la fiesta. Nadie me prestaba atención, era una hormiga obrera en un hormiguero lleno de aduladores que bailaban entorno a la reina. O, mejor dicho, reinas y reyes. Amanda me había explicado que las fiestas de la élite no eran más que una excusa para pavonear sus riquezas y hacer negocios. Un circo de falsas sonrisas, halagos de mentira y amienemigos.

Hablando de Amanda—: ¿Dónde estás?

Miré el teléfono por quinta vez, pero no había respondido a mis mensajes y no la veía por ningún lado. Lo cual significaba, sin duda, que no estaba en la fiesta porque Amanda no era el tipo de persona que pasa desapercibida cuando llegaba a un lado. Era popular, de una forma totalmente diferente a la de Jenna, por su extravagante vestuario y maquillaje. Era una especie de Ágatha Ruíz de la Prada inglesa con raíces hispanoamericanas.

—¿Te lo pasas bien, sobrinita? —Charlotte me cortó el camino hacia la mesa de aperitivos. Ella, lejos de parecerse a una princesa, daba la impresión de haberle robado el atuendo a Cruella de Vil. Llevaba un nada favorecedor vestido blanco y negro, tacones rojos y, como complemento, a su temblorosa chiguagua con problemas urinarios—. Estoy segura de que no —Sonrió—. Las fiestas por todo lo alto no son para todo el mundo, mucho menos para alguien tan insustancial como tú —La odiaba. La odiaba con cada parte de mi cuerpo—. No te molesta que sea tan directa, ¿verdad?. Tú mejor que cualquiera sabes quién eres: El descuido de un hombre rico insatisfecho y una enfermera que aspiraba a algo más que cambiar sondas. —Y por si no me había quedado—: Este no es tu lugar. Esta no es tu gran segunda oportunidad. No, cielo, esta es la ocasión perfecta para mostrarte que nunca alcanzarás este tipo de gloria —Señaló a los presentes—. Nunca serás menos patética que tu madre muerta.

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