CAPÍTULO 12: Perversión

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–¡Cuantas veces debo repetírselos! – Adam Scamgreen sujetó al joven pero fornido muchacho de la garganta, estampándolo contra la pared con fiereza. – ¡La mercadería vale más que sus vidas, jamás lo olviden, mocosos! –.

El muchacho asintió tembloroso, levantando las manos con ambas palmas abiertas, derrotado, sudando pese al enfermizo frío reinante, totalmente humillado. Sus tres compañeros, se acercaron cuando el furioso jefe hubo soltado a su presa, y sin mediar palabra, el más alto de ellos le propinó un salvaje golpe en el estómago, cayendo derribado sobre una hedionda bolsa de desechos.

–No lo maten muchachos...no aún– Adam frotó su extensa barbilla, expulsando una bocanada de aire caliente que se visualizó por unos segundos sobre la brumosa atmósfera. – ¿Cuánto perdimos? –. Preguntó al más delgado de los tres, extrayendo del bolsillo en su chaqueta una delgada caja de metal, de la cual retiró un costoso habano hondureño.

–Tres compañeros no llegaron, suponemos que esas "bestias" los devoraron, pero...–.

– ¡Es que no toman atención! – Vociferó el temerario individuo– Es irrelevante, ¡yo hablo de la maldita mercancía!, ¿Cuántos paquetes perdimos? –.

–Seis, señor– El muchacho tragó saliva– trescientos kilogramos..., pero lo demás llegó seguro al muelle–.

–Bien, necesito que los recuperen... deben de andar por la ruta de esos idiotas que no supieron cuidarse la espalda– Adam encendió su habano y golpeando el grueso cilindro, dejó caer la ceniza sobre aquel suelo de mármol. – ¿Qué carajos esperan? – La gruesa mirada en sus inexpresivos ojos tambaleaba hasta el alma del más valiente de aquellos hombres. Su reputación lo presidía a donde fuera, y aunque en la insignificante isla de Wrigth, su negocio no era visto con malos ojos, la ingenuidad de los habitantes no les permitía reconocer la naturaleza de aquel salvaje individuo. La familia Scamgreen forjaba su nombre en la vieja Inglaterra, hace ya muchas lunas, descendientes de criminales sin nombre, involucrados en cualquier negocio clandestino, desde tráfico humano hasta venta de armas; pero Adam, su último vástago, permanecía sutilmente entre las sombras, moviendo negocios sin usar su ya casi extinto apellido, manejándose entre el mercado negro, en el comercio de todo tipo de drogas y placeres.

La orden ya estaba dada, y los muchachos temblorosos, abandonaron aquel pequeño almacén, ubicado en la magnífica mansión del individuo. Construida hace dos siglos sobre las ruinas de un antiguo castillo feudal, su arquitectura barroca aún permanecía casi intacta, decorando los salones y habitaciones con bellos techos convexos, ventanas abuhardilladas y coloridas iluminaban el grisáceo ambiente, combinando con aquellos cuadros abstractos de tonos pastel, ubicados en formación en cada una de las habitaciones.

Adam, abandonando el polvoriento almacén, se retiró con prisa a su habitación, seguido por sus seis guardaespaldas, armados cada uno con un fusil de asalto militar y chalecos antibalas. El lugar yacía en una zona rural, por lo que usar traje y corbata era lo de menos y Adam lo sabía; vestía un viejo chaleco acolchado, cubierto con pelaje de hurón y una camisa de franela a cuadros, ya bastante corroída por la constante humedad.

– ¿Aguardamos aquí, señor? – Expresó el guardia de mayor estatura, al alcanzar la puerta de cedro que conducía a la estancia personal del traficante.

–Ustedes cinco, vayan a hacer lo de siempre; tú, Jean Pierre, ven conmigo, necesito que envíes un mensaje importante...– Expresó Adam, introduciendo su llave al picaporte, abriendo aquel grueso portón.

– ¿Mensaje? – Jean Pierre se expresó una vez que su jefe hubo encendido las luces de aquella lujosa y amplia estancia, que, con una fresca decoración contemporánea, parecía no formar parte de la tan glamorosa estructura medieval.

En las Fauces del Vampiro (+18) [Actualizacion LENTA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora