Celeste.
El lunes en la escuela me sentí un poco renovada, como si el fin de semana me hubiera servido para hacerme entender que un corazón roto y una terrible resaca de veinticuatro horas ya no tenían cabida en este cuerpecito. Después de mi conversación con Fabián, me dispuse a hacerle compañía a Candela y Gonzalo y bebí todo lo que quise y todo lo que llegó a mis manos, hasta que Irene me elajó del alcohol y volvimos a su casa en un taxi. Ella se veía bien. Aunque siempre se ve bien, por mas que haya bebido y consumido hasta el cal de las paredes. No tengo idea como lo hace, pero supongo que se debe a los años de prácticas. Eso o refuerza mi otra teoría de que ella siempre luce bien estando puesta porque en realidad luce puesta todos los días; ya saben, con apenas unas ojeras que no se notan mucho en su tez oscurita y el maquillaje desaliñado, como si acabara de chuparle la polla a alguien.
—¿Por qué me miras tanto? —pregunta Irene, entornando los ojos. Estamos sentadas en los primeros escalones de la escalera, esperando que el profesor nos haga entrar a los gritos.
—Siempre luces como si acabaras de tener sexo.
Ella se quita la paleta de la boca y sonríe de manera descarada.
—Tal vez porque siempre estoy tirándome a alguien por ahí —contesta, con aire superado.
—Sí, claro. Como si alguien corriera con tanta suerte —mascullo, dándole vuelta a la página del libro de historia que debería haber estudiado.
—Bueno, tengo mis formas.
—Creí que te deprimía cojer en la escuela —comenta Candela, apareciendo con dos sanguches de fiambre. Es tan solo oler el delicioso aroma del salame que mi estómago comienza a rugir, reclamándome el desayuno que le privé.
—Descubrió que es posible con ciertas personas —contesto con segundas intenciones.
—¿Hay algo que me estés ocultando? —le reclama, mirándola de manera acusatoria.
—Un millón de cosas, querida, así como tu a mí —espeta, volviendo a meterse la paleta dentro de la boca para zanjar la conversación.
—¿Me compartes? —le pregunto a Candela, para llenar el silencio incómodo que se formó con la respuesta maliciosa de Irene. Seguramente se la mandó a guardar por el chico con el que creemos que está saliendo y no nos contó. Aunque yo pienso que si no lo contó es porque probablemente no tenga importancia, tal vez fue algo de un momento y ya.
La profesora se acerca al salón y comienza a llamar a todos para que entren. Cierro mi cuaderno y me pongo de pie.
—¿A dónde vas? —pregunta Irene al verme enfilar para el otro lado.
—A hablar de mis notas con el profe Nicolás.
—¿Ahora? —pregunta Candela—. Hay examen.
—Lo sé, pero no estudié nada —les digo, antes de salir corriendo rápido para que la profesora no me vea.
Bajo al piso por las escaleras menos transitadas y una vez cerca de secretaría me aseguro que no haya profesores o secretarios que me interrumpan la misión y me manden de vuelta al salón.
Analía, la secretaria de la directora, sale de una oficina y cierra la puerta con torpeza. Va cargando un montón de papeles y al dar un paso adelante se tropieza. Niego con la cabeza al ver sus movimientos inútiles al intentar agarrar la ficha que se le cayó al suelo. Se recoloca las gafas y sale disparando, con miedo de que alguien la haya visto. Como si no fuera así de torpe siempre.
Una vez se aleja lo suficiente por el pasillo, pego una corrida y me detengo frente a la oficina del profesor. La puerta de la oficina de al lado se abre y sale Laia. No veo a la chica desde la fiesta y a pesar de que Irene me había asegurado que se encontraba lo mas bien, me había quedado muy preocupada.
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La lección© [COMPLETA]
Любовные романыPasiones desbocadas, juego con drogas, un intento por madurar y la tendencia a meterse en muchos, muchos conflictos une a estos personajes que asisten a la escuela Sagrada Familia. ¿Su objetivo? Tratar de sobrevivir a los vaivenes de la vida y no mo...