En la boca del lobo

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Fabian.

Las voces de mis padres desayunando en el comedor cesan cuando cierro la puerta de mi habitación. Bajé tan solo un momento para comer algo, pero al ver la cara de mi madre tratando de abordar el tema de la noche anterior, agarré mis cereales preferidos, un tazón con leche y volví a mi cuarto. 

Saco mi teléfono del bolsillo para revisarlo sin prestar atención a la pantalla. La voz de mi madre comentándole preocupada mi situación me saca de quicio, no puedo dejar de oírla ni siquiera aunque me encierre en un cuarto con paredes aisladas. Estoy seguro de que planeará algo para salirse con la suya, necesito ser más listo y estar preparado para que cuando llegue el momento no me agarre con la guardia baja y termine cediendo por idiota.

Enciendo mi equipo y dejo reproducir el disco que ya estaba puesto. Miro la hora y me pregunto si no es muy temprano para quedar con alguien, no me apetece ni un poco estar en casa ahora mismo.

El celular suena, es un mensaje de Ludmila. Tiene la casa sola, según llego a leer de la información que me brinda la notificación, pero decido no abrirlo. Me tiro a la cama y observo mis póster, llegando a mí en ese justo momento el recordatorio de la fiesta a la que me invitó Artur este fin de semana. Cuando acepté ir me parecía una gran idea viajar dos horas hasta Lobos en plan road-trip en el auto de papá, Ludmila también se apuntó y consiguió que la acompañara Belu. Mi idea era detenernos en el camino a comer algo y beber unas buenas cervezas de un tugurio a mitad de camino que conocí una vez. Por supuesto olvidé que el conductor, el cual muy probablemente sería yo, no podría alcoholizarse y que mis amigos no eran gente de cualquier antro, Ludmila se quejaría de la poca higiene y tendríamos que soportar a Belu paranoica con las personas del lugar que no encajarían con la perspectiva que tiene de lo que para ella es decencia.

Rata Blanca sintoniza un delirante y frenético canto, preguntándose donde está su amante acorde a las notas de rock del noventa. Inmediatamente me traslada a la tormentosa temporada de verano en que se vio inmersa la ciudad el año anterior, obligando a las persona a usar más veces de lo que se permite una muda de ropa porque el sol no quería salir para secar los tendederos, limitando a los niños a unas horribles vacaciones dentro de casa y largas noches sin electricidad. Todos estaban al borde del colapso, el calor rozaba los cuarenta grados y la humedad no ayudaba a la estabilidad mental y emocional de las pobres personas que todavía tenían que acudir a su trabajo cada mañana en bote. Sumidos en el desquicio de un clima que no daba tregua y un sistema eléctrico que llegaba a su límite cuando todos encendían al máximo sus aire-acondicionados rogaban al cielo que se les brindara unas gotas de sol, o por lo menos que dejara de caer agua. Y en el medio del caos, en una habitación de los suburbios y una radio que solo sintonizaba dos estaciones, Celeste y yo nos la bancábamos con un ventilador de techo que hasta el día de hoy hace más ruido que cumplir su función, mientras explorábamos nuestros cuerpos calientes desfogando un alborozo placer e ignorando cualquier otro acontecimiento que ocurriera al otro lado de las paredes.

Suelto un suspiro lamentoso. Supongo que el verano acercándose me pone nostálgico. El verano es una de mis estaciones favoritas, las responsabilidades se pausan durante dos maravillosos meses que ocupas únicamente haciendo planes con amigos, saliendo a boliches, bebiendo en la plaza hasta tarde o simplemente quedándote en casa haciendo nada. A los míos se les sumaba además mis largas tardes con Celeste. Durante las vacaciones mis padres suelen desaparecer durante todo el día para no tener que soportar demasiado a sus dos hijos adolescentes sacándolos de quicio, y en ese entonces a mí me venía fantástico porque tenía la libertad de traerla cuantas veces quisiera, mi hermana se encerraba en su habitación a escuchar música o traía a su novia y teníamos un acuerdo implícito de no hablar de nada que viéramos, oliéramos y escucháramos con nuestros padres, y si bien nos portábamos relativamente bien, mi madre hubiera pegado el grito en el cielo si se enteraba que estaba teniendo sexo en su propia casa con la angelical Celeste y encima envenenaba mi habitación con humo de cigarrillo y algún que otro canuto. 

La lección© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora