Mi perro se comio la tarea

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Irene.

Luego de pasar un rato conversando, comienzan a llegar los estudiantes y entramos al salón. La primeras horas son de lo más aburridas, estos días libres en casa si bien no hicieron más que aburrirme de sobremanera, también consiguieron ponerme un poco oxidada. Se me olvidó absolutamente todo lo que estábamos viendo anteriormente y tampoco tengo paciencia para volver a retomarlo.

—Es cuestión de poner a ejercitar ese músculo que tienes en la cabeza tan bonita y peinada que traes —me responde una profesora cuando se lo comento. La muy descarada me devuelve mi libro y me hace señas hacia mi banco para que vaya a resolverlos sola. Frustrada y odiándola por dentro, vuelvo arrastrando mis pies.

Las horas pasan y comienzo a fastidiarme. Parece que todos los profesores han venido bien preparados para hacernos el día imposible y no dar el brazo a torcer, como si nos estuvieran castigando por haber estado tantos días fuera. Que conste que la idea del campamento no fue de los estudiantes, sino de los directivos, si tienen algún problema con ello porque aleja a sus alumnos de las enseñanzas que les dan deberían hablarlo en la asamblea de profesores y no meterse con los vulnerados, que somos nosotros.

Vaya, yo podría ser toda una representante estudiantil.

Durante el receso repongo energías comiendo un gran sanguche que compro en el bufet y unos alfajorcitos ricos que pagamos a medias con Brian y Gonzalo porque sabemos que al regresar al salón nos toca con la peor asignatura en la historia que persigue a todo ser humano de todo el mundo entero por igual y jamás cambia: matemáticas.

Al entrar al salón todos comenzamos a prepararnos, sacando los libros y cuadernos correspondientes. Celeste me está hablando sobre un chico lindo del club que hace mucho no ve y parece la única despreocupada, lo cual me causa un poco de envidia. Ella es buena en casi todas las asignaturas, ni siquiera se esfuerza demasiado, pero hace lo que el alumnado promedio pasa de largo: prestar atención desde la primer clase del año hasta la última, participar, resolver sus dudas con los profesores y estudiar algunas horas en casa. Creo que Celeste lo ha hecho durante tantos años para complacer a sus padres que ya lo adoptó a su forma de vida, sin embargo a mi deben suministrarme alguna píldora de la atención o algo para poder ponerme al día con estas sopas de números, y más aún si me toca hacer los ejercicios en mi casa.

Abro mi cuaderno de ejercicios y compruebo que estén la mayoría hechos. Verifico con terror que me faltan los últimos tres, los cuales había dejado pendiente porque no los entendía bien. Miro hacia mis costados en busca de ayuda.

—Cele, ¿me dejas copiar tus...?

—No —responde sin siquiera dejarme terminar. Abro la boca, sorprendida.

—No me dejaste acabar.

—Me pedirás que te deje copiar mis ejercicios y es una pésima idea —menciona, leyéndome la mente.

—¿Por qué? No me digas que ahora te volviste una Julia —le digo achicando los ojos hasta volverlos chinos. Julia es nuestra compañera nerd, siempre tiene diez en los examenes y participa de los decatlones académicos. Pero lo peor de todo es que nunca compartió su maravilloso cerebrito con otros, siempre que alguien le pide los deberes o ayuda, te lanza una mirada soberbia y dice que solo aprenderás si lo haces sola. ¿Quién diablos se cree?

—Claro que no —responde Celeste, ofendida por haberla comparado con nuestra compañera—. Pero si te copias de mi Nicolás se dará cuenta y será peor para ti. Ya lo intentamos algunas veces y nos salió mal. Pídeselo a alguien que haga los ejercicios más... más como tu —farfulla.

—¿Eso qué significa?

—Aiss, tu sabes a lo que me refiero. Yo fui a muchas tutorías y a veces suelo desarrollar las ecuaciones de otras formas y el profe lo sabe.

La lección© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora