Encuentros peligrosos

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Nicolás.

Magda me canceló.

Me envió un mensaje avisando que tenía mucho que estudiar y que no podía asistir a la cena. Le respondí que podíamos aplazarla para el día siguiente, pero no me volvió a responder. Pensé en llamarla, pero después me pareció innecesario molestarla. Si ya había tomado la decisión de dejarla no cambiaría por una noche.

Tampoco vuelvo a tener noticias de Irene y decido no ir tras ella, si quiere hablarme que venga por su cuenta. Aunque en el fondo realmente espero que no me hable hasta que consiga cortar con Magda, si se llega a aparecer y se entera que todavía es mi novia se pudrirá todo. Tal vez está haciendo esto para darme tiempo de cortar la relación.

Al otro día en la escuela no la veo por ningún lado, excepto caminando hacia el bufete durante el receso. Me extraña verla conversar con Homero, y en el fondo reconozco que un poco me molesta, ella dijo que era un idiota. Y el idiota se cansó de contar por todos lados que se había acostado con ella. ¿Qué hace hablando con él? Debería pisotearle la dignidad como suele hacer con quienes la joden y luego cuando esté arrollado en el suelo sin poder levantarse, mirarlo desde arriba con una expresión triunfante. Por lo menos, es lo que yo haría. 

No la vuelvo a ver en toda el resto del día. En el almuerzo busco a Magda y me dice que está muy atareada y se quedará todo el fin de semana estudiando. Tiene el cansancio marcado alrededor de sus ojos y luce un poco preocupada, por lo que me compadezco y le pregunto si no quiere que la lleve a la casa cuando salgamos de la escuela. Ella va a rechazarme, pero insisto. No me es ninguna molestia y después de todo, me queda de paso. «De acuerdo» dice soltando un suspiro, «Eres un encanto». Su halago casi penoso me da justo en el medio del corazón. No soy ningún encanto, no merezco esas palabras de su parte. Pero supongo que se dará cuenta de ello cuando entienda lo que me pasa. Puede que esto incluso sea mejor para ella, no la veo feliz con esta relación y debería buscar a alguien que le brinde el futuro firme que ella desee. 

Cuando el último timbre suena, recojo mis cosas y salgo del salón para dirigirme a mi despacho, cerrarlo con llave y luego caminar hacia el estacionamiento donde espero paciente a Magda. Saludo con un gesto de la mano a Horacio subido a su Kangoo y el anciano me lo devuelve con una sonrisa feliz como quien va a pasar el fin de semana lejos de casa, pescando con los viejos amigos y rememorando viejas hazañas. Llegando a mi auto, desactivo la alarma y lo abro, lanzando primero el maletín y luego el saco. Me siento detrás del volante y saco el teléfono para enviarle un mensaje a Magda. 

—¿Te ibas sin mi? —Irene se aparece de improvisto, haciéndome saltar del susto. El teléfono cae al suelo y ella lo levanta.

—Mira quien decidió aparecer —suelto, estirando mi brazo para agarrarlo. Ella me esquiva. 

—¿Yo? Siempre estuve aquí. Tu eres el que desapareció. —No puedo creer que se atreva a mentirme tan descaradamente en mi propia cara.

—¿Es enserio? —inquiero, alzando una ceja—. Tu sabes donde encontrarme.

—Tu también sabes donde encontrarme —replica, recargándose contra el costado del auto. No puedo evitar repasarla con mis ojos de arriba abajo. Esas medias finas que se pone para cubrirlas del frescor de la mañana me ponen demasiado.

—Si, pero quien salió gritándome pervertido fuiste tu. No al revés —repongo, ladeando la cabeza. Irene no parece importarle demasiado la última pelea que tuvimos y eso me molesta porque yo quedé bastante afectado.

—Cierto, pero si te tomas las peleas tan enserio ahora entiendo porqué no te duran las relaciones —contesta—. Las cosas hay que resolverlas, no puedes decidir que te enojas solo porque yo me enojé y no volver a hablarme.

La lección© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora