Todo se va a la mierda

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Rachel.

—¿Tienes mi dinero?

El chico con el que hablo desvía sus ojos al maleducado que acaba de interrumpirnos, estábamos teniendo una muy interesante conversación que me tenía atrapada en sus bellos ojos cafés, claro que es una de sus tantas cualidades además de su altura, lindo bronceado y fuertes pectorales. Justo los estaba acariciando mientras él me contaba en que consiste su arduo entrenamiento cuando fuimos interrumpidos por el Tano.

—Sí, lo tengo. Luego te lo doy —farfullo, volviendo a mirar a mi amigo con una sonrisa. Me echo el cabello hacia atrás para presumir mi escote y sus ojos caen donde quiero.

—Rachel. Ahora -insiste el Tano con voz autoritaria.

—Que no, luego lo hago. ¿No ves que estoy hablando?

—Tengo ojos, puedo ver perfectamente. ¿Nos disculpas? —le pregunta a mi amigo ¿Jhon?, ¿Juan? No importa.

John-Juan se para recto con una sonrisa socarrona dispuesto a defender a su nueva conquista como todo un macho alfa. Pero mi alfa se ve ligeramente perturbado por una simple y determinante mirada que le dirige el Tano, y acobardado como un cachorro sumiso sale corriendo.

—¿Disfrutas espantado a la gente a tu alrededor? —pregunto, caminando hacia la mesa donde están las bebidas.

—Sí, bastante.

—¿Por qué no vas a molestar a tu novia? —digo señalando a la rubia que no deja de mirarnos desde un rincón. Se nota que es de su barrio, no sólo por la ropa de mal gusto sino por sus formas de hablar y pararse, se esfuerza demasiado en fingir un refinamiento que no tendrá ni aunque sea entrenada por la misma reina de Inglaterra. Un poco me da pena, no soporto que las personas intenten ser algo que no son, uno tiene que aceptarse en la vida y trabajar con lo que tiene. Yo por ejemplo hace tiempo que acepte que los tiro bajos nunca me quedarían como a Britney Spears.

—No cambies de tema —espeta.

Comienzo a prepararme un trago sin prestarle atención. Mis pasos son metódicos, tranquilos, tomándome todo el tiempo del mundo a sabiendas de que el señorito al lado mío está impaciente. Cuando me vuelvo hacia él, me lanza una dura mirada

—A mí no me asustan tu cara de matón, puedes llevar un parche que seguirás viéndote igual —le digo con arrogancias. Se que lo estoy pinchando demasiado, jugar con los monstruos puede ser peligroso, pero en los últimos días tratándolo llegué a corroborar que mis comentarios malintencionados no lo molestan lo suficiente como para correr peligro. Y aunque a veces temo que mi lengua filosa se salga demasiado de control, suele tomárselo con diversión.

—¿Igual cómo? —se atreve a preguntar.

—Como uno de esos cachivaches callejeros que se meten en peleas porque tienen el cerebro demasiado pequeño para dedicarse a otra cosa en la vida. Me recuerdan a los rayados del Club de la pelea, que solo querían golpearse entre sí porque tenían vidas tan patéticas que necesitaban del dolor para sentirse vivos y como nada les provocaba alguna emoción, se lo infringían ellos mismos.

Se me queda mirando, la expresión divertida se mantiene pero sus labios han flaqueado, probablemente pensando qué tan lejos llegó mi insulto. O tal vez tratando de descifrar qué carajos acabo de decir, pues la verdad ni yo lo se, no pienso tanto en lo que digo, más bien dejo que las palabras salgan de mi boca y a veces queda bonito.

La lección© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora