Capítulo 2

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Tras una noche inquieta, Cris se levantó a la mañana siguiente, se duchó y se vistió cuidadosamente. Era la embajadora de Bs.As, no una mujer que tenía una cita. Así que escogió un traje de chaqueta moderno color gris que combinó con una camisa de seda roja, la única concesión al color, collar de perlas y zapatos grises.
No le importaba lo más mínimo si Rodolfo Barili la encontraba atractiva o no.

Mentirosa.

Cris frunció el ceño. No es que no fuera atractiva, era profesional. Y pretendía seguir así. Ya que no había podido controlar nada más durante aquellas últimas y caóticas semanas, al menos sí podía controlar su imagen. Y aquella era la imagen que quería transmitir. Serenidad frente a la agitación. Elegancia bajo el fuego. Calma en la tormenta. Se atusó el pelo una última vez y se apartó del espejo. Agarró el bolso y el móvil, comprobó la agenda para asegurarse de que se había encargado de todo y salió de la habitación a las nueve menos veinte.

Su dormitorio estaba dos pisos más arriba que el de Rodolfo. Pero primero bajó en ascensor al comedor y se tomó una taza de café y un panecillo antes de subir a la habitación de Rodolfo.

A las nueve menos tres minutos llamó a la puerta.

No pasó nada. Cris frunció el ceño al escuchar movimiento tras la puerta. Consultó el reloj y esperó. A las nueve en punto volvió a llamar.

–¿Señor Barili? –dijo acercando la cara a la puerta para no despertar a los demás huéspedes–. ¿Está usted ahí?

Dos minutos más tarde, cuando volvió a llamar con más fuerza porque se estaba empezando a enfadar, la puerta se abrió.

A Cris se le dió vuelta el estómago al ver a Rodolfo Barili en toda su gloria de chico malo.
Por favor, ¿por qué tenía que ser tan atractivo? No debería sentir por él nada más que desprecio.
La familia Barili había destruido su vida perfecta, y además Rodolfo era la clase de hombre con el que una dama no debería relacionarse.

Sin embargo, se le sonrojaron las mejillas al pensar en el comentario que había hecho la noche anterior sobre las travesuras.

Porque eso era precisamente lo que parecía, que había pasado la noche en la cama de alguna mujer afortunada, corrompiéndola por completo. Antes de poder contenerse, Cris pensó que quería ser corrompida. 

Completamente. Repetidamente. Sintió deseos de pegarse. Por supuesto que no quería ser corrompida. Y menos por aquel tipo.

–Hola, nena –dijo Rodi con naturalidad.

Sus sensuales labios se elevaron en aquel gesto suyo arrogante que la mente de Cris había repetido varias veces la noche anterior mientras daba vueltas en la cama.

Y sin embargo, antes incluso de que Rodi hablara, ella percibió algo detrás de su actitud de playboy, algo tirante y controlado.

Como si fuera una bestia peligrosa atada con una correa.

–Señor Barili –respondió ella con frialdad con la esperanza de que no notara la fuerza con la que le latía el pulso en el cuello–, creo que habíamos quedado a las nueve.

Él se pasó la mano por el oscuro cabello. Los ojos le brillaban con interés. Tenía un poco de barba incipiente, y Cris no había visto nada tan sexy en su vida.

Estaba allí en la puerta, con aquel aspecto disoluto y rebelde, vestido con el esmoquin de la noche anterior, la chaqueta abierta y la camisa desabrochada. No llevaba corbata ni gemelos, seguramente los habría guardado en el bolsillo. Y tenía una mancha rosa brillante impresa en el inmaculado blanco de la camisa.

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