Cuando Rodolfo regresó al apartamento que Omar tenía sintió que el impacto de lo sucedido aquella noche iba a hacerle estallar la cabeza. Había pasado de soltero a futuro padre en un segundo, y ahora iba a casarse.
Casarse. Ser padre era lo primero que se sentía incapaz de hacer, y ser marido lo segundo. Y no había empezado con buen pie.
Pero se había enfadado mucho con Cris, con sus planes y sus esquemas. Iba a tener un hijo suyo y, sin embargo, le consideraba un accesorio un donante de esperma que solo necesitaba durante un corto espacio de tiempo para evitar el escándalo.
Eso le enfurecía. Y sí, también le dolía de un modo que le sorprendió. Sabía que no iba a ser un buen padre por una cuestión genética, pero Cris lo había dado por hecho sin ninguna evidencia.
Rodolfo entró en el ascensor privado. No estaba acostumbrado a no tener el control de la situación. Él era el que tomaba las decisiones, el que hacía que las cosas ocurrieran. No era un accesorio, y desde luego no pensaba ser un marido de adorno solo para complacerla.
Porque aquella noche, cuando Cris reapareció de forma tan brusca en su vida, se había dado cuenta de que todavía la deseaba.
Un breve roce de su piel en la calle, el aroma de su dulce perfume, y se había puesto duro como una roca. Ella había logrado en dos segundos lo que ninguna mujer había conseguido desde que volvió de la isla. Si iba a casarse con ella, entonces lo disfrutaría.
Rodi se quedó paralizado cuando se abrieron las puertas del ascensor al llegar al vestíbulo del apartamento.
Se escuchaba la televisión del salón, lo que significaba que Omar estaba allí. Su relación nunca había sido de padre-hijo, pero desde que volvió a Londres, estaba decidido a dejar atrás la ira que sentía hacia su padre.
No siempre era fácil, pero cada vez iba mejor. Rodi había pensado quedarse en uno de sus hoteles hasta que encontrara una casa que comprar, pero Omar insistió en que se quedara en el apartamento ya que él apenas lo usaba ya.
Rodi quiso negarse, pero al ver la expresión esperanzada de su padre fue incapaz de hacerlo.–Te ha echado de menos, Rodolfo–le había dicho Silvina.
–¿Te lo ha dicho él? –le espetó su hermano.
Ella negó con la cabeza. Era la buena de la familia, la dulce, la que había tratado de mantener la paz entre todos.
–No con esas palabras. Pero es la verdad. Desde que dijiste que ibas a volver, no habla de otra cosa.
Rodi suspiró. Omar no era un mal hombre; solo era impulsivo e irresponsable.
La última persona con la que le apetecía tratar aquella noche era con él, pero dejó la chaqueta en el respaldo de una silla y se dirigió hacia el salón.
El balón rozó el palo de la portería y Omar soltó una palabrota.–Hola, Rodolfo –dijo alzando la vista cuando la sombra de su hijo cruzó la habitación.
Rodi se metió las manos en los bolsillos.
–Hola, papá.
–¿Qué pasa, muchacho? –preguntó Omar quitando el volumen del televisor al mirarle.
A Rodi no le sorprendió que se le notara el conflicto que tenía. Lo que sí le sorprendió fue que Omar le preguntara.
Quería decirle que sí, que le ayudara a solucionar aquello.
Que le dijera algo que le sirviera.
–Nada que no pueda solucionar –respondió en cambio.
Había aprendido hacía mucho tiempo a no contar con el consejo de Omar. Tenía buena intención, pero poca visión.
Como cuando se levantó en la fiesta de anuncio de compromiso de Silvina y la felicitó por haber atrapado a un príncipe rico. Desde luego, aquel no fue su mejor momento.
–Siempre has sido un chico listo. Has salido a tu madre. Estoy muy orgulloso de ti, ¿lo sabías?
Rodi sintió una punzada de dolor ante la mención de su madre. Omar se había disculpado mucho tiempo atrás por haber dejado que su madre lo criara sola.
–Sí, gracias.
Su padre alzó la vista otra vez y arrugó la frente.
–¿Quieres que me vaya?
Sí quería. Y al mismo tiempo no.
–Si no quieres, no.
Omar se reclinó en el sofá y le dio otro sorbo a su cerveza.
–Catalina ha invitado a sus amigas a casa esta noche y no quería estar ahí. Las mujeres pueden ser diabólicas cuando se juntan, te lo aseguro.
Rodi entró en la cocina y sacó una cerveza para él de la nevera antes de volver a sentarse al lado de Omar. El partido continuó, y su padre animaba o maldecía en función de las jugadas.
Rodi se tomó la cerveza sintiéndose triste. ¿Por qué no le había dicho a su padre que se fuera?
–¿Por qué te casaste? –le preguntó cuando hubo una pausa en el partido.
Omar volvió a quitar el sonido y se giró para mirarle como si tuviera monos en la cara.
–¿Cuál de las veces?
–Cualquiera de ellas.
Omar dejó escapar un suspiro.
–Supongo que me parecía que era lo que tenía que hacer.
–¿Has estado alguna vez enamorado?
Omar compuso una mueca.
–Todas las veces, hijo mío.
Rodolfo sintió una punzada en el estómago.
–¿Cómo es posible?
Su padre se encogió de hombros.
–No lo sé. ¿A qué viene esto?
Rodi apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos. ¿Qué más daba? De todas formas no tardaría mucho en salir en los periódicos.
–Voy a casarme –dijo con sequedad.
–No pareces muy contento.
–No sé cómo sentirme.
–¿Está embarazada?
–Sí.
Omar soltó un silbido entre los dientes.
–Entonces es lo que debes hacer –se puso de pie y le puso una mano en el hombro–. Todo saldrá bien, ya lo verás.
–Seguro que sí –dijo Rodolfo, lamentando extrañamente que su padre no tuviera nada más que decir. Nunca habría pensado que un día desearía su consejo.
Omar le apretó un poco el hombro, como si quisiera decir algo más, pero luego apartó la mano y Rodi escuchó sus pasos al alejarse.
Unos instantes más tarde se cerraron las puertas del ascensor y supo que Omar se había ido. Sacó el móvil y se quedó mirando la pantalla largo rato antes de pulsar los contactos.
Tenía que contárselo a Silvina antes de que lo leyera en la prensa. Pero no podía soportar la idea de hablar con alguien más aquella noche, así que le puso un mensaje.
Me voy a casar. Con Cristina Pérez. Solo quería que lo supieras. Los periódicos van a hacer su agosto.
Dejó el teléfono un instante y en seguida emitió un sonido.
¡Vaya! Por lo que veo en la isla pasaron más cosas de las que contaste. Felicidades. Supongo. Por favor, dime que estás contento.
Rodolfo vaciló un instante antes de escribir la respuesta que sabía que Silvina necesitaba leer, tanto si era verdad como si no:
"No te preocupes, Silvina. Estoy contento."