Rodolfo no estaba muy seguro de por qué, pero la deseaba.
Seguramente se trataba de la mujer más estirada que había conocido, pero por alguna razón le intrigaba. Como en ese instante, en que estaba allí sentada a su lado tratando de parecer fría. Tal vez ella no lo supiera, pero no se podía ser fría con aquellos ojos grandes y verdes como el jade que mostraban todo el dolor que sentía tanto si ella quería como si no.
Y Cristina sufría. Se había dado cuenta la noche anterior, cuando la vio tan sola en el baile y quiso saber quién era. Milva se había reído con indiferencia.
–Ah, es Cristina Pérez, la novia abandonada.
La novia abandonada. En aquel momento la observó detenidamente, preguntándose qué sentiría al escuchar los brindis dedicados al príncipe Gonzalo y Silvina. Parecía tan fría, tan aburrida, tan perfecta e inalcanzable vestida toda de blanco…, pero entonces se llevó una mano al collar de perlas y Rodi se dio cuenta de que le temblaba. Cuando se giró hacia él, la luz de las lámparas de araña la iluminó en el punto justo y se dio cuenta de que estaba al borde de las lágrimas.
Pero no derramó ni una sola.
Parecía una bella reina de hielo en medio de los invitados, la más elegante y regia de todos, y él quería ver si era capaz de derretir el hielo que le rodeaba el corazón. Él vivía para los retos y Cristina
era un desafío. No quería simplemente seducirla, quería hacerla reír, quería ver cómo se le iluminaban los ojos de placer.Cualquiera que hubiera visto los periódicos, que hubiera leído los horribles titulares y los artículos sabría que estaba sufriendo. Le hizo pensar en otro momento, en otra mujer que también sufría por lo que los periódicos habían dicho de ella. Su madre había guardado los artículos de cuando su aventura con Omar saltó a la prensa. Los encontró entre sus documentos personales cuando tenía dieciocho años.
Para entonces su madre llevaba ocho años muerta. Hasta aquel momento, Rodi pensaba que lo peor que le había pasado a su madre era tener la prueba que demostraba que Omar Barili era el padre de Rodolfo, un hecho que Omar había negado hasta que le llevaron a los tribunales tras la muerte de la madre de Rodi. Pero aquellos artículos le habían dado una nueva visión de lo que había sucedido entre sus padres.
Aunque Omar le había criado desde los diez años, su relación nunca había podido considerarse normal. Omar no sabía ser padre, ni con Rodi ni con sus hermanos. Lo intentaba pero parecía más bien un tío alocado que otra cosa.
Cuando Rodolfo encontró aquellos artículos, se enfrentó a su padre y su relación se vio deteriorada. Poco después se marchó a Estados Unidos para abrirse camino en el mundo de los negocios. Quería demostrar que no necesitaba a Omar ni el apellido Barili para triunfar. Construyó el Grupo Zafiro de la nada y ganó más dinero del que su padre había ganado en su vida, ni siquiera cuando estaba en lo más alto de su carrera de futbolista.
Desde que regresó a Londres hacía poco había tratado de forjar una nueva relación con él. Aunque no era perfecta, habían conseguido por fin dejar atrás el pasado y ser amigos.
En aquel momento Cris consultó su delicado reloj de oro y se giró bruscamente hacia él al darse cuenta de que llevaban mucho tiempo en el aire.
–¿Nos hemos perdido? Porque ya deberíamos haber llegado.
Rodi flexionó los dedos en los mandos del avión.
–No nos hemos perdido, nena. Pensé que estaría bien seguir volando un poco más.
Volar lo tranquilizaba, sobre todo cuando quería pensar.
Pero Cristina estaba hecha a las estructuras rígidas. Abrió la boca y volvió a cerrarla.