El cuerpo de Cris estaba en llamas. Por la ira, el deseo y por muchos otros sentimientos que no podía contener. Rodi tenía razón, maldito fuera. No había amado de verdad a Gonzalo. Pensaba que sí, pero estaba mucho más enfadada por el modo en que la prensa la retrataba que por no llegar a ser nunca la reina.
Y estaba enfadada con sus padres porque sentía que los había decepcionado al no haber conseguido atrapar el corazón de Gonzalo. No le habían dicho nada al respecto, pero así lo sentía ella. Sabía cuáles eran sus esperanzas y sus sueños.
Y todo había quedado en ruinas.
Gonzalo nunca le había dado una razón para pensar que la amaba, solo le había mostrado la cortesía que merecía su prometida. Fue ella la que llenó los huecos en blanco. Se tomó su aceptación del matrimonio acordado como una aprobación tácita de su futuro en común.
Qué ciega había estado. Pero ya se había cansado de ser obediente, de actuar como todos esperaban.
Rodolfo seguía apoyado en el tronco del árbol y la observaba con interés. Con algo más que interés. Como si ella fuera un postre al que deseara devorar. Como si fuera un vaso de agua fría en un día caluroso.
No era ninguna de esas cosas, pero le gustaba ver aquella expresión apasionada en su bello rostro. Nunca antes la había mirado nadie así.
Pero ¿qué? Le había dicho que quería sexo apasionado en aquel instante y así era, pero también le daba miedo. Miedo a dar el salto y estrellarse. Era como saltar sin red, porque iba contra todas sus creencias.
–Cristina–murmuró Rodi con voz tensa.
Y ella supo entonces, antes incluso de pensar en lo que iba a suceder después, que la estaba rechazando. Rodolfo no la deseaba.
No era atractiva a pesar de lo que le había dicho antes cuando tenía el cuerpo duro contra el suyo. Había sido una reacción provocada por la proximidad, no porque hubiera un deseo auténtico.
En cuanto al modo en que la miraba, estaba claro que no se le daba bien captar el significado que había tras su expresión. Se había equivocado. Completamente.
Sintió una nueva oleada de humillación. ¿De verdad era tan torpe, tan ciega? Se le llenaron los ojos de lágrimas de frustración y de ira. Pero prefería morirse antes que llorar delante de aquel hombre, antes de hacerle saber cómo le había dolido su rechazo.
–No puedo hacerlo –dijo Rodi–. No puedo aprovecharme de lo que me ofreces por mucho que quiera.
–No –le espetó ella con tono seco–. Por el amor de Dios, no me mientas.
Rodolfo adquirió una expresión angustiada.
–¿Crees que te estoy mintiendo?
Cristina soltó una carcajada amarga.
–Por supuesto que sí. Ni siquiera te habías acostado cuando llamé a la puerta de tu habitación, o al menos no en tu cama.
Cuando deseas a una mujer la tomas, sobre todo si se te ofrece.
Así que debo concluir que no me deseas.Rodolfo soltó una palabrota.
–Estoy tratando de ser decente mujer –murmuró entre dientes.
–¡No quiero que seas decente! –exclamó–. No quiero que pienses por mí ni me digas lo que debo hacer, estoy cansada de eso.
–Estás actuando de forma impulsiva –gruñó él–. Y tú no eres así. Por el amor de Dios, piensa un poco. Yo no soy lo que tú quieres.
–¿Cómo te atreves? –le acusó Cristina–. Tú eres el que me ha insistido desde que nos conocimos en que fuera yo misma, en que no me mostrara tan rígida.