El avión se agitó y a Cris se le subió el corazón a la boca.
Lo que iba a decir se le olvidó al ver el gesto concentrado de Rodi.
–¿Qué pasa?
–Estamos perdiendo presión –respondió él sin mirarla mientras apretaba unas teclas.
El avión volvió a dar otra sacudida y el motor hizo un ruido agudo que le puso los nervios de punta.
–¿Qué significa eso? –necesitaba saberlo. No le gustaba sentir que no tenía el control. Estaba sobrevolando el Mar en avión y no había nada que pudiera hacer para solucionar el problema que hubiera.
Pero eso no significaba que fuera a quedarse allí sentada a esperar lo peor.
–Significa que hay un problema de fuga. Tenemos que aterrizar antes de que nos quedemos sin combustible.
–¿Aterrizar? ¿Dónde? –Cris miró el horizonte y solo vio agua. El estómago le dio un vuelco–. Rodolfo, aquí no hay nada.
Rodi comprobó el navegador con los dedos flexionados en los mandos.
–Estamos demasiado lejos de Buenos Aires –dijo finalmente concentrándose en la pantalla–. Pero hay otra ciudad a unos kilómetros de aquí.
¿Otra ciudad? Cris no sabía de cuál se trataba, pero empezó a rezar fervientemente para que lograran llegar. El avión volvió a zarandearse y el motor exploto. Se agarró al asiento de piel con tanta fuerza que le dolieron los dedos.
–¿Vamos a morir?
–No –afirmó él con rotundidad.
Ella sintió un cierto consuelo, pero las dudas la asaltaban.
¿Y si se equivocaba? ¿Y si solo quería tranquilizarla? Tenía que saberlo.
–Dime la verdad, Rodolfo, por favor –le pidió incapaz de soportarlo un instante más.
Los ojos de Rodi brillaban con determinación cuando la miró. ¿Cómo era posible que el corazón le diera un vuelco al mirarle cuando la situación era tan grave? ¿Cómo podía sentir aquel calor entre las piernas en un momento así?
Porque se arrepentía de cosas, por eso. Porque se había reservado durante años para un marido que la había abandonado antes incluso de casarse. Ahora que tal vez iba a morir, lamentaba no haber vivido una pasión, aunque fuera solo por una noche.
Rodolfo la miraba con tal intensidad que casi se olvidó de dónde estaba, de lo que estaba ocurriendo.
–Si encontramos la ciudad, estaremos a salvo.
Cris deseaba creerle, pero no podía limitarse a aceptar sus palabras sin más.
–Pero ¿y si no hay ningún sitio donde aterrizar?
–Sí hay donde aterrizar –insistió Rodi–. Mira a tu alrededor.
No había más que azul hasta donde alcanzaba la vista. Cristina boqueó al darse cuenta de lo que quería decir.
–¿En el mar?
–Sí. Ahora ponte el chaleco salvavidas. Y agarra esa bolsa naranja que hay detrás de mi asiento.
–Pero Rodi… –el pánico se apoderó de ella al pensar en verse a la deriva en el mar. Y eso si sobrevivían al impacto.
Oh, Dios mío.
–Confía en mí, Cris –le pidió él–. Agarra la bolsa. Ponte el chaleco salvavidas.
–¿Y tú?