Nadie fue a rescatarlos aquel día. Rodolfo hizo señales con el espejo a intervalos regulares, pero no sucedió nada. Estaba tenso y enfadado y no entendía muy bien por qué. Tendría que ser todo más fácil, ¿no? Una mujer guapa que quería tener sexo apasionado con él y que luego cada uno siguiera por su lado sin ningún compromiso.
Qué ironía.
Nunca se había parado a pensar que no querría verle cuando les rescataran. No. Lo que le preocupaba en realidad era que a pesar de haber afirmado acaloradamente lo contrario, quisiera más de él. Conocía a las de su clase, jóvenes idealistas e inexpertas. Una combinación segura para el desastre.
Se suponía que Cris sería de las que buscaban el «para siempre». Se suponía que querría hijos, una casa y una vida familiar normal que incluiría paseos por el parque, viajes familiares de vacaciones y un perro que llenaría la casa de barro.
Se suponía que ella querría todo lo que él no deseaba, y debía ser él quien le cortara las alas. Pero las cosas no estaban sucediendo así y eso le desconcertaba.
Tenía que admitir que seguramente sería mejor que no volvieran a verse. Sería menos complicado para los dos que rompieran de forma limpia allí en la isla. Si no lo hacían, a Silvina probablemente no le gustaría que saliera con la antigua prometida de su futuro marido. Normalmente no permitía que su hermana se metiera en su vida personal, pero esto le atañería directamente.
Porque sí era cierto, la prensa encontraría una mina de oro con la noticia. A Cris no le gustaría eso ni lo más mínimo, y tenía la impresión de que a Silvina tampoco.
El sol se ocultó en el horizonte y la temperatura se enfrió cuando aparecieron las nubes de tormenta. Apenas habían hablado en las últimas horas cuando Rodi le ofreció otro paquete de comida y un poco de agua.
Cristina le miró con aquellos ojos verdes muy abiertos y él recibió una descarga eléctrica. Sexo. Era en lo único en que podía pensar cuando la miraba, lo único que quería.
Y lo único que quería ella, a juzgar por el modo en que le estaba mirando. Como si estuviera hambrienta de algo que no era comida.
Rodolfo hizo un esfuerzo por darse la vuelta. Los rayos atravesaban el cielo en la distancia, volviendo las nubes rosas. El tiempo no resultaba amenazante, pero seguramente llovería más tarde. Y eso era bueno. Se estaban quedando sin agua y él podría recolectarla con el receptáculo que había fabricado con una manta de plástico y rocas.
Se sentó y comieron en silencio mientras las olas rompían en la cercana orilla. Había mucha paz allí. Era muy distinto a su vida en Londres o en Los Angeles, donde siempre tenía prisa, siempre estaba buscando nuevas oportunidades de negocio para el Grupo Zafiro. Viajaba, salía con mujeres y buscaba nuevos retos. Siempre buscando una nueva emoción, un nuevo desafío.
Cristina le miró. Él alzó la vista de forma instintiva, como si estuvieran conectados a un nivel que todavía no entendía del todo, y sus miradas se cruzaron. Ella dejó caer la barbilla y clavó la vista en el suelo.
Y luego clavó los ojos en los suyos.
–¿Qué querías ser de niño, Rodi?
Él no trató de disimular la sorpresa que debía mostrar su rostro.
–¿A qué viene eso?
Ella encogió sus bonitos hombros.
–Estoy cansada del silencio. Y quiero saberlo –dijo apartándose el pelo de la cara.
Tenía un pelo largo, y a Rodolfo le gustaba acariciarlo cuando hacían el amor. Cuando ella estaba encima les rodeaba como una cortina. Sus ojos verdes le miraron con frialdad, como si esperara rechazo pero se hubiera atrevido a preguntárselo de todas maneras.