Rodolfo estaba descolocado y eso le resultaba desconcertante. Normalmente sus relaciones eran simples aventuras con mujeres que sabían a qué atenerse con él.
Era un monógamo en serie. Sus aventuras duraban días o semanas o, en algunos casos, meses. No había enamoramiento ni finales felices. No creía en ellos.
Rodi suponía que sería posible amar a una mujer para siempre, pero no para un Barili. Lo más cerca que había estado de tener una relación estable fue con Erica, y aquello terminó en desastre.
El matrimonio y los niños no eran para él, y no intentaría hacer algo para lo que estaba genéticamente negado. Así les ahorraría a sus posibles hijos la vergüenza de tener por padre a un Barili.
Dios, Cristina. Era inocente y tremendamente sexy, aunque no fuera consciente de ello. Rodi la deseaba tanto que le costaba trabajo evitar que su cuerpo reaccionara. No podía hacerla suya.
Si le hacía el amor, Cristina querría que fuera para siempre.
Pensó que eso era lo que iba a conseguir del príncipe Gonzalo y por eso encaminó toda su vida hacia aquella meta. ¿Cómo iba a cambiar su forma de pensar solo para satisfacer los deseos más primitivos de Rodi?
Montaron el refugio y Rodi se llevó la ropa para tenderla al sol. Por una vez deseó que volvieran a estar vestidos lo antes posible. No es que no supiera apreciar a una mujer bella en ropa interior, pero Cristina era tan inocente que se sentía como un malnacido por mirarla con avidez. Por desearla. Y desde luego que la deseaba. Quería llenarse las manos con sus curvas, deslizarle los tirantes del sujetador de encaje rosa por los hombros y cubrirle los montículos de los senos con las manos. Quería ver aquellos pezones puntiagudos que estaba sintiendo contra su cuerpo y luego quería saciarse de ella.
Quería que Cris alcanzara el éxtasis, que gritara su nombre. Quería darle todo lo que se había perdido y quería marcarla como suya cuando lo hiciera. Pero no podía hacerlo. No sería justo para ella. Era vulnerable y sensible, y no podía aprovecharse de ella.
No era tan mala persona como para seducir a una virgen inocente a la que nunca habían besado. Tenía conciencia, aunque muchos creyeran lo contrario.
–¿Cuánto tiempo crees que tardarán en encontrarnos? –le preguntó Cris interrumpiendo sus pensamientos.
Rodolfo la miró y al instante se lamentó. Las entrañas se le retorcieron por el deseo. Tenía el pelo largo y castaño y se lo había peinado con la mano antes de que se le secara, por lo que lucía una melena revuelta que le pegaba mucho más que los moños que se hacía. Quería deslizarle los dedos por el pelo, hundirlos en él y echarle la cabeza hacia atrás mientras capturaba su boca.
Su cuerpo respondió. La sangre se le agolpó en la entrepierna. Maldición, ¿acaso tenía dieciséis años otra vez y no podía ejercer un poco de control sobre sí mismo? Rodi se encogió de hombros con fingida naturalidad.
–Dudo que nos empiecen a buscar hasta dentro de unas horas.
Ella frunció el ceño.
–Temía que dijeras eso.
–No nos pasará nada, nena –aseguró Rodi con ligereza–. Tenemos comida, agua y un refugio. Todo lo que necesitamos.
Cris apartó la cabeza. El pelo le cayó por el hombro y le acarició uno de los hermosos senos. En aquel momento Rodi tuvo celos de su melena.
–No es eso lo que me preocupa.
Rodolfo tardó unos instantes en entender a qué se refería. Al principio pensó que le preocupaba estar a solas con él, pero luego se dio cuenta de que era algo más significativo para el mundo de Crid. Algo mucho más retorcido. Se trataba de la impresión que causaría el hecho de que estuviera a solas con él.