Se sentía insultado y con razón. Cristina jugueteó con las perlas. ¿Aprendería alguna vez a decirle a aquel hombre lo que debía? Una vida entera aprendiendo etiqueta y todavía no era capaz de ser diplomática cuando más lo necesitaba.
No era la mujer serena y fría que siempre había creído ser.
Qué ironía pensar que podría haber sido reina cuando no era capaz ni de gobernar sus emociones cuando más lo necesitaba.
–Tienes razón –le dijo–. Siento haber sugerido que era yo la única que debería haber mantenido el control.
–Sé que crees que debes tener el control todo el tiempo, pero no funciona así, Cristina. Eres un ser humano. Puedes cometer errores.
Ella dejó caer la vista.
–Ya lo sé –y si no lo sabía, lo estaba aprendiendo.
–No estoy muy seguro de ello. Vives pendiente de la agenda y de todo ese maldito entrenamiento que tuviste que hacer para convertirte en la esposa de Gonzalo. Crees que controlar con rigidez cada momento de tu vida evitará que flaquees.
–Nadie quiere hacer el ridículo –afirmó Cris en su defensa.
Y sin embargo, en ese momento le parecía una defensa muy débil. Había hecho más el ridículo en el último mes que en toda su vida y ahí seguía. Todavía aleteando.
–Por supuesto que no. Pero si no te importara tanto, nadie tendría poder para hacerte ese tipo de daño.
–Para ti es fácil decirlo –le espetó. Se sentía atrapada por todas partes. Rodi no sabía lo que había tenido que pasar, y a lo que tendría que enfrentarse si alguien se enteraba de que estaba embarazada antes de que estuviera preparada para contarlo.–. ¿Cuándo has sido tú objeto de atención negativa? ¿Cuándo ha dicho alguien algo de ti que no fuera halagador? –inquirió.
Rodolfo la miró con tanta intensidad que sintió la necesidad de bajar la vista. Pero no lo hizo. Se mostraría valiente y firme ante lo que tuviera que decirle. Y eso que tenía la certeza de que no iba a gustarle.
–Antes de que yo naciera, Cris, mi padre tuvo una aventura con mi madre estando todavía casado –su sonrisa era fría–. Omar estaba en lo más alto de su carrera futbolística y era muy popular. Cuando la noticia del embarazo salió en la prensa, su primera mujer se divorció de él. Omar negó que él fuera el padre, por supuesto. No se habló de otra cosa durante semanas. Puedes buscarlo en Internet si tienes curiosidad.
Sonaba distante, frío, pero Cris sabía que todavía tenía que dolerle.
–Pero ahora eres un Barili –comentó, no sabía qué más decir.
–Sí. Eso fue otra ganga para los periódicos sensacionalistas. Yo tenía diez años cuando mi madre murió en un accidente provocado por el alcohol y no solo heredé su dinero, sino también la prueba de ADN que había hecho para demostrar la paternidad. Tras el paso por los tribunales, Omar decidió finalmente hacer lo correcto.
A Cris le dolía el corazón por el niño que había sido. Había perdido a una madre que le quería y se había visto obligado a vivir con un padre que había intentado renegar de él.
–Debió ser muy difícil para ti –murmuró.
Rodi se encogió de hombros como si no tuviera importancia.
–Eso fue hace mucho tiempo. Ya lo he superado.
–Pero eso no quita el dolor –¿cómo se podía olvidar que alguien que lo había rechazado?
Ella había crecido en una casa en la que la adoraban. La hija guapa, inteligente y brillante. Y sin embargo, le dolía haber fallado a sus padres.