Capítulo 21

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Un par de horas después de haber regresado al hotel llegaron tres cajas.

Cris le pidió al botones que las dejara sobre la mesa. Cuando este recibió una propina y se marchó, ella se quedó mirando las bonitas cajas blancas atadas con lazos rojos.

Encima de la más pequeña había una nota: Ponte esto esta noche. Te recojo a las ocho para cenar.

Cristina abrió la caja pequeña primero. Los tacones de diseño con cristales en las cintas hicieron que el corazón le latiera a toda velocidad.

Nunca había ocultado el hecho de que le encantaban los zapatos bonitos. Que llevara ropa conservadora no significaba que tuviera que ponerse zapatos feos.

La siguiente caja era un conjunto de lencería con tanga de encaje azul eléctrico y sujetador sin tirantes que le provocó un destello de calor en el vientre.
Rodi quería que se pusiera el conjunto aquella noche porque confiaba verla con él puesto. No era tan tonta como para pensar otra cosa. Pero no tenía muy clara cuál iba a ser su repuesta.

Cuando la había abrazado en el apartamento, lo único que ella había querido era tumbarse en una cama con él, piel contra piel. Sabía lo que le esperaría cuando eso sucediera: calor, pasión y un placer físico tan intenso que la haría llorar de alegría. Quería volver a sentir aquello, aunque también la asustaba.

No es que tuviera miedo al sexo con Rodi, sino a las verdades que se vería obligada a admitir cuando la dejara sin defensas. Se giró hacia la última caja con un escalofrío de emoción.

Contenía un vestido de lentejuelas rojo sin tirantes, ajustado en el pecho, caderas y rodillas y con una maravillosa cola de abanico al final. Era muy atrevido, nunca se había puesto nada así en su vida.

El corazón le latió con fuerza cuando lo sacó y se fue a mirar al espejo. Todo el mundo se fijaría en una mujer con un vestido así. ¿Podría soportar ser el objeto de atención en aquellos momentos?

¿Importaba eso?, se preguntó un minuto después. La prensa ya estaba observándola.
Desde que empezó a aparecer en público con Rodolfo, los fotógrafos se habían convertido de nuevo en algo habitual en su vida.

Al final decidió ponerse el vestido. Y la ropa interior. Se dejó el pelo suelto y se rizó las puntas para que le cayera en suaves hondas sobre los hombros.

Una última mirada al espejo de cuerpo entero le reveló una mujer a la que no conocía. Una mujer brillante y atrevida que llamaba la atención nada más entrar en una sala. Ella nunca había sentido algo así.

Rodi llegó unos minutos antes de las ocho. Se quedó en el umbral y deslizó sobre ella una mirada oscura que la hizo estremecer.

Estaba resplandeciente con su esmoquin. El blanco de la camisa contrastaba con su piel bronceada y el oscuro cabello, haciéndolo todavía más lindo de lo que ya era.
Sus sensuales labios se curvaron en una sonrisa que hablaba de sexo y de pecado y a Cris se le subió el corazón a la boca.

Ni siquiera se dio cuenta de que se había llevado la mano al pecho hasta que él frunció el ceño.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó de pronto entrando en la habitación y sujetándola entre sus brazos–. ¿Es el bebé?

–Estoy bien –consiguió decir ella–. Me he mareado un poco.
Y era verdad. Al mirar a Rodolfo se había quedado momentáneamente sin aliento.

–Podemos quedarnos aquí – Rodi parecía preocupado–. Pediré la cena y…

–No, de verdad, estoy bien –Cris se agarró de su brazo–. Quiero salir. No me he puesto este vestido para nada –sonrió.

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