El Prisionero 304

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América

La noche se acercaba, ella lo sabía, Podía sentir sus entrañas rugir de desespero por el hambre voraz que comenzaba a hacer estragos en su mente. Su cuerpo, una vez fuerte, limpio y hermoso, ahora estaba delgado y enfermizo, su piel casi atada a los huesos, su cabello sucio y sus ojos carecían de la luz que en tiempos anteriores robaba los corazones de los hombres para jamás devolverlos. Sin embargo, la más grande diferencia física que América guardaba con su pasado era su brazo derecho, mejor dicho, la ausencia de este. Profirió un grito ahogado, que retumbó en las paredes de su celda. Las paredes amplificaban su dolor, sus lamentos, convirtiendo su vida en una constante pesadilla.

     Odiaba el hambre, lo odiaba con toda su alma, pero más que ello, odiaba comer, deseó con toda su fuerza que la luna detuviera sus fases, temía al momento en que la oscuridad y la luz se encontraran en su superficie, esas eran las noches en las que su padre mandaba a alguien a alimentarla, a castigarla.

—¿Podrías bajar el volumen? Estoy tratando de dormir. —Era la voz del prisionero de la celda 304, la que era contigua a la de ella.

—Hoy estás más irritable que de costumbre —respondió América, pegando su espalda a la fría pared de roca. El dolor seguía ahí, pero las charlas con el prisionero 304 servían como distracción para su mente. Él lo sabía y por eso las comenzaba. Ella se lo agradecía— ¿No te dieron de comer acaso?

—Oh, claro que lo hicieron. Algunos preferimos comer a diario, y sobrellevar nuestro sufrimiento en silencio, princesa. —Esa palabra. América odiaba esa palabra. Ella había renunciado a ser una princesa la noche en que perdió su brazo, la noche en que fue arrojada a ese agujero. Sin embargo, en la voz del prisionero sonaba casi graciosa, irónica— ¿Has oído hablar de la meditación alguna vez?

—¿Meditación lethea o flegta?

—Cualquiera de ellas. Ambas son altamente efectivas.

—¿Has probado ambas?

—He probado un poco de todo —presumió—. La meditación Lethea es interesante; pacífica y caótica a la vez, te pone en perspectiva con el universo.

—¿Y la Flegta?

—La meditación Flegta es simple, fácil y eso la hace extremadamente complicada de hacer bien. Los monjes flegtos jamás te dirán si lo estás haciendo bien o mal. Se supone que tienes que descubrir por ti mismo tus errores y virtudes.

—¿Te funcionó a ti? —Preguntó América con curiosidad.

     El prisionero 304 había llegado el mismo día que ella a los calabozos, por lo que habían desarrollado una extraña amistad. Ambos entendían lo que era estar atrapados, sin embargo, a él no parecía afectarle tanto. Aunque por momentos era irritable, siempre hablaba con educación y cariño. Por meses intentó sacarle información, pero la habilidad del hombre para esquivar las preguntas era formidable. A más de un año de su encierro, ella aún desconocía su nombre.

—Sí, princesa, lo hizo. —Y ahí terminó la conversación.

     América jamás había sido el tipo de persona que disfruta de inmiscuirse en la vida privada de las personas que deseaban mantenerla de esa forma. Mas estando ahí, en una celda oscura, con apenas iluminación entrando a través de los barrotes desde un distante pasillo, con una pila de sus heces en una esquina y otra de huesos en la contraria, su compañero prisionero era la única distracción que podía encontrar.

   Hacía veintiocho días que había comido, eso le dejaba dos noches antes del siguiente Cuarto Creciente, antes de su siguiente comida. Observó el cráneo que yacía delante de ella con una culpa latente. Era un monstruo, era el demonio que su padre siempre había deseado que fuera.

La Rapsodia del QilinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora