Zatna
—Sabes, no me sentiré mal si no despiertas, en lo absoluto —presumió ella, invitando a Rheon a responder con uno de sus conocidos comentarios cínicos, esos que, aunque ella siempre negara, le hacían gracia. Él guardó silencio, todavía tirado sobre la arena, todavía inconsciente. Despertaba durante ratos, una o dos veces al día, momentos que Zatna aprovechaba para obligarlo a comer. La fiebre había bajado y eso por un lado era una mejoría. Estaba convencida de que lo peor había pasado y que la próxima vez que despertara, sería la definitiva—. Si no despiertas, podría quedarme esta playa para mi sola. Los dioses saben que ya me la sé de memoria.
El sol estaba particularmente fuerte esa tarde, o eso le pareció, la arena ardía como fragmentos de carbón en llamas, brillaba con una luz blanquecina e incandescente, molesta si se miraba directamente durante mucho tiempo. Moría de hambre, pero no se atrevía a dar una caminata en busca de comida. La idea de alejarse de Rheon la incomodaba, no era temor a ser lastimada lo que la detenía, los dioses bien sabían que aquel que osara desafiarla conocería la derrota, sino aquel pensamiento que la fastidiaba, aquella indecisión y expectativa que constantemente le impedía tomar una decisión a tiempo. Era el tipo de persona que no podía evitar imaginar los mil escenarios en los que algo podía salir bien o mal, el eterno «¿Y si…?»
¿Y si los soldados rontzeanos encuentran el campamento y se llevan a Rheon? ¿Y si no estoy ahí para protegerlo? ¿Y si alguien me reconoce y termino rodeada de guerreros? ¿Y si después de que los soldados me capturan, Rheon sigue sin moverse y termina muriendo de inanición?
Para ella era algo personal, no podía dejar atrás a un ser querido, a un amigo, no de nuevo. La culpa, el ansia por redención era un combustible que constantemente la obligaba a reaccionar, a poner los pies en la tierra y forzarse a tomar acción. Sentada en la arena, cubierta por la sombra del barranco que funcionaba de cortina y esperando que la protección que les otorgaba la noche le sirviera como un respiro, una oportunidad para salir y cazar o tal vez aventurarse a la ciudad en busca de provisiones, recordó la primera vez que vio al idiota que yacía junto a ella.
—Sabes, de verdad no pensé que llegaría a apreciarte, ni siquiera un poco. ¿Recuerdas el día que nos conocimos? —preguntó observando a Rheon, esperando que el lento subir y bajar de su pecho terminara y sus ojos se abrieran una vez más. El sonido de la marea fue su única respuesta, un suave mecer de olas— Claro que lo haces —convino, con una sonrisa triste, enfocando su vista en los dibujos que esa mañana había hecho sobre la arena: dos criaturas enormes, con bordes deformes, grandes mandíbulas y numerosos tentáculos—. Solo había pasado un mes desde que yo… bueno, ya sabes lo que pasó conmigo. Recuerdo que estaba sola, escondida entre las calles de Mitlan, siempre cubriendo mi rostro con una manta —dejó escapar una risa—, tuve suerte de llegar a esa isla, «La Isla del Sol» Para mí siempre fue «La Isla del calor que te hace desear no estar vivo» pero, por lo menos me dio una excusa para no dejarme ver.
»Recuerdo que un hombre… o una mujer muy masculina, a decir verdad no recuerdo, ¿tú sí? —Más silencio— Bueno, recuerdo que intentó robar mi mochila con provisiones, estaba a punto de patear su trasero cuando te metiste haciéndote del héroe, ¿cómo fue que dijiste? «Con todo respeto, a una dama se le roba el corazón, no la comida» ¡Casi caí en tu línea! JA, JA, y si hubieras sido solo un poco más rápido tal vez no me habría percatado de que sacaste el dinero de mi bolsa. ¡Corriste tan rápido! En ese entonces debí darme cuenta de que tu tótem era un ave, tienes los pies demasiado ligeros para ser un chico. Te perseguí calle abajo, esquivando peatones a diestra y siniestra, casi te escapas, cerebro de pájaro, ¡pero! ¡PERO! Tenías que cruzar en ese callejón, ¿no es así? Tenías-que-cruzar. Ahí fue cuando soltaste tu otra línea triunfal, ¿cierto? «Señorita, de verdad no quiero hacerle daño» Creo que en ese instante me percaté de que eras de Flegtanmont, no, no fue solo tu acento de idiota lo que te delató, sino ese estúpido ideal de que las mujeres no podemos defendernos. ¡Por los Titanes! Había olvidado tu cara de horror cuando te golpeé tan fuerte que rodaste cinco metros —Llegados a ese punto no pudo evitar soltar una carcajada—. ¿Acaso tu maestro no te enseñó a no meterte con las mujeres de Akerontze?
»En fin, luego de eso creo que entendiste que tu trasero estaba a punto de ser pateado porque empezaste a mirar a todos lados como esos animalitos que viven en madrigueras…. ¿Suricatos? Lo siento, creo que sinceramente afecté tu orgullo de hombre de Flegtanmont ese día —hizo una pausa, la sombra se extendía poco a poco hacia la orilla, en cuestión de una hora el sol se ocultaría. Su tono de voz cambió, con pequeños tintes de ira filtrándose entre palabras—. No me fijé que mi máscara se había caído. Ese niño… joder, ese niño, ¿recuerdas al niño? «¡Mami, es ella! ¡Es ella, mami!» y su estúpida madre que dio la alarma. Puedo criticar muchas cosas de mi país, pero no lo rápido que los oficiales de la ley responden al llamado. Me tiré a correr por los callejones, al igual que tú. Yo entendí por qué escapaba, más el que tú lo hicieras se me hizo algo extraño, es decir, sí, intentaste robarme dinero, pero luego de saber quién era yo, los oficiales no te prestarían atención alguna. Creo que si hubiese tenido tiempo de pensar habría deducido que eras un inmigrante ilegal, aunque déjame decirte que tienes de las mejores documentaciones falsas que he visto, creo que si no hubieses escapado, tal vez habrías pasado la interrogación, aún con tu patético intento de rontzeano.
»Me di cuenta de que te movías por los callejones mejor que yo así que te seguí, «¿POR QUÉ ME SIGUES, MUJER DIABÓLICA?». Al final terminamos allanando una casa y escondiéndonos en ella, todavía me siento culpable por esa pobre señora, ¿sabes? Me la imagino llegando a casa luego de un largo día de trabajo, y encontrándonos ahí, tenía razón de desmayarse. Aunque, debo admitir que aún me da mucha risa la nota que dejaste. «Señora, no robamos nada… —citó, tratando de imitar la voz y tono juguetón de Rheon— excepto un poco de comida, dinero y sus joyas. Le aseguro que no es personal, tiene un adorable hogar. Besos y abrazos. PD: disculpe por amarrarla a la silla, parecía lo más lógico a hacer» ¡Por los dioses!
Durante un instante la historia se detuvo, Zatna creyó escuchar que Rheon decía algo, pero pronto entendió que solo había comenzado a roncar. Se las había arreglado para ser molesto incluso cuando estaba inconsciente. Típico de Rheon.
—A lo que quiero llegar es a que… siento que los dioses querían que nos encontráramos… no lo sé. Sé que no te gusta pensar en ellos, pero, están ahí, existen, nos observan y tiene poder sobre nuestras vidas. Y yo… solo creo que dos fugitivos como nosotros, que se encontraron en las circunstancias en las que lo hicieron debe significa algo, ¿no crees? Ambos tenemos que huir constantemente, ambos tenemos personas que queremos salvar, ambos tenemos el peso de nuestros padres sobre nosotros. Eres el único amigo real que he tenido este año, tal vez el único amigo real que he tenido en toda mi vida, además de mi hermana, por supuesto —Casi sin darse cuenta Zatna sintió una necesidad que había creído olvidada, una de cuya existencia era consciente, nunca dudaría que estaba ahí, tocándola constantemente como un niño que trata de llamar la atención de su madre «Mami, es ella» Y, aunque hubiese renunciado a ellos, no podía alejarlos de sí, estaban arraigados en su mente tanto como su idioma. Por primera vez en mucho tiempo, como si de un llamado se tratara, necesitó rezar— ¿Sabes? No me importa si te enojas después, hoy… hoy rezaré. —entrelazó sus dedos y pegó sus manos a su frente, incluso la posición se le hacía extraña, como un viejo hábito que no recordaba haber olvidado. Cerró los ojos y comenzó a orar, rezó como no había hecho desde aquella noche que dejó Atlantis, desde aquella noche que su vida cambió para siempre.
»Por la Furia del Kraken, por la Justicia del Leviatán. Oro por el alma de este hombre, por su mente y cordura, porque no lo lleven antes de tiempo al Gran Mar Eterno. Es un pecador, un forastero, es un alterno, pero su corazón es puro y su fuerza admirable, les suplico que vean sus insolencias como muestras del poder que es capaz de ofrecer. Pido por su perdón. En el nombre de Aker y de Rontze, en nombre de Atlantis y en nombre de quien su perdón implora… —se detuvo, cohibida de repente, asustada ante la pronunciación de su propio nombre. No debo temer quién soy. No debo temer qué soy. Tomó aire y lo dejó salir en cortos intervalos antes de continuar— Zatna Worshake, hija del Rey Zer Worshake, princesa de Akerontze.
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La Rapsodia del Qilin
FantasyUn mundo donde todas las naciones son gobernadas por su religión, creando así una división palpable. Cada una desea proclamar a su dogma como el único y verdadero, sin importar el costo. El tratado de las naciones mantiene una paz temporal, pero...