Kristo
—Debes estar de coña —Hubo dicho Garlick Xander una semana atrás, cuando Kristo le contó sus intenciones—. Si tienes una carta con la localización de un Cuervo debes entregarla al Imperator, no ser parte de su juego.
Kristo sabía que Garlick tenía razón, pero no podía simplemente entregar la oportunidad de ver a Lock de nuevo, había algo en esa mujer que él necesitaba con desesperación, solo que no sabía exactamente qué.
—Creo que está tratando de decirme algo —sostuvo él, meciendo el papel frente a los ojos de su compañero, mostrándolo como la evidencia irrefutable de que no estaba cometiendo una locura, a pesar de que a todas luces lo hacía—, debo ir.
Garlick suspiró, cansado. En ese momento Kristo se percató de que el arzobispo tenía grandes ojeras, no había dormido la noche anterior, pero tampoco recordó haberlo visto en su fiesta a pesar de haberle prometido ir. Anotó mentalmente preguntar por ello cuando el tema de ese momento hubiese pasado.
—¿Te das cuenta de que al decirme esto me estás convirtiendo en tu cómplice, pedazo de mierda? —El cansancio fue reemplazado por el enojo— Siempre pasa esto, Lesmont, ¡siempre! Si quieres llenar tu vida de mierda puedes hacerlo solo, no tienes necesidad de arrastrar a tus amigos contigo, pero siempre lo haces. Eres un gran líder cuando escoges las batallas correctas, lo he visto, si no fuese así ambos habríamos muerto en la Bahía hace seis años, el problema es que rara vez escoges las batallas correctas.
Esa respuesta atacó la fibra más sensible de Kristo. No pensó que Garlick fuese capaz de estallar así, sin embargo, el porqué Garlick lo hizo fue lo que más lo afectó. Era consciente del saldo de muertos que su indecisión lo había forzado a cargar, jamás olvidaría las vidas que se perdieron por su imprudencia, pero a pesar de ello ya no era el niño egocéntrico que se aventuró con sus amigos a la boca del lobo y sufrió las consecuencias, esta vez sería diferente.
—Si no deseas acompañarme, Xander, puedes retirarte. En el caso de que la Iglesia se entere de mi encuentro negaré tu participación en esto y no conservaré resentimiento cuando hagas lo mismo.
—No entiendes —espetó Garlick—, si la Iglesia, que ya tiene el ojo sobre tu culo, por cierto, se entera de que tienes una reunión con un miembro de los cuervos, no te dará oportunidad de hacer una declaración: serás ejecutado en ese mismo instante.
—Las Sagradas Escrituras me dan el derecho a un juicio justo ante los ojos de Ragnar y el Fénix.
—Para llegar a Ragnar tendrás que pasar al Consejo de los Búhos. Y compañero querido, podrás ser el mejor guerrero de la nación, pero no aguantarás un round contra una guarnición de los Draxler Reales. Los he visto en acción, créeme, tú serás la transición, pero ellos son la maldita noche y no hay nada más aterrador que la noche.
—Yo me entrené con los Draxler —presumió Kristo—, sé cómo defenderme de la pluma negra.
—¿Te estás escuchando? Ya estás hablando de qué hacer y con quién luchar cuando seas acusado de traición.
—Solo estoy pensando bien las cosas, conozco los riesgos.
—No, no lo haces —Ahora Garlick hablaba con un tono distante, ausente—. Esta no es la misma ciudad que dejaste hace cinco años, hermano —hizo una pausa, pensando—. Demonios, espero que el Fénix esté de nuestro lado, porque de otra forma podemos darnos por muertos… Iré contigo.
Kristo sonrió, sabía que era cuestión de tiempo para que accediera.
—Esto me recuerda, ¿sabes siquiera cómo llegar a Los Bajos?

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La Rapsodia del Qilin
FantasyUn mundo donde todas las naciones son gobernadas por su religión, creando así una división palpable. Cada una desea proclamar a su dogma como el único y verdadero, sin importar el costo. El tratado de las naciones mantiene una paz temporal, pero...