Cacería de Brujas

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Kristo

«No más dolor. No más dolor. No más dolor. No más dolor. No más dolor»

El coro se repetía, incesante, una multitud de cientos, tal vez miles de personas se hallaba de pie detrás de El Señor de los Cuervos, cada uno de ellos portando máscaras de cuervos, como antifaces macabros que mantenían su poderoso anonimato, un anonimato que preocupó severamente a Kristo, un ejército que no puede ser identificado es un ejército que no puede ser detenido, ¿cómo atacas algo que no ves? ¿Cómo sabes siquiera a quién atacar cuando cualquier persona podía ser tu enemigo?

―Creo… ―comenzó a decir Derian, el cual no debía envidiarle nada de autoridad al propio Ragnar, si acaso hablaba con un toque más de picardía― que el mensaje que mi familia está tratando de emitir es bastante claro. No más dolor.

A diferencia de los demás, Derian no portaba nada que cubriese su rostro, mostraba una barba oscura, espesa, pero brillante, al igual que su cabello, de hecho el único lugar que en su rostro parecía despojado de cualquier tipo de luz eran sus ojos, los cuales a diferencia de los de Lock que parecían tener vida propia, una noche bañada en nebulosa, los de El Señor de los Cuervos eran mas bien la muerte de la noche, un agujero de gusano que te transportaba a una dimensión de vacío absoluto, un negro seco, rastrero, neblinoso, como el del interior de la mente de Kristo cuando era expuesto a la magia de la banshee.

―Desde el inicio de la era moderna, donde los nuevos dioses se alzaron, la opresión se ha hecho presente con un caos reinante sobre los débiles. La Iglesia del Fénix no es más que un medio para manipularnos, para mantenernos adoctrinados y siguiendo el camino sin retorno de obediencia absoluta, limitando nuestros poderes, ni siquiera permitiendo el libre uso de nuestros tótems y obligándonos a atenernos a supuestas escrituras sagradas que utilizan como herramienta para promulgar el miedo y la división entre aquellos que carecen de la voluntad y recursos para defenderse.

»Hace tan solo veinticuatro horas, Ragnar Zenslav, el sumo pontífice de la iglesia ha dado el anuncio de un acto deplorable, que demuestra la bajeza con la que obran; tres individuos, una familia completa, será ejecutada solo por haber decidido apartarse de la senda que la iglesia ha decidido unilateralmente que es la correcta para vivir sus vidas. Uno de estos individuos se trata nada más y nada menos que de un niño de diez años. Este tipo de despreciables y crueles acciones no son nada nuevo en el obrar del Imperator y la Catedral de las Cenizas, solo que esta vez han por fin tomado la decisión de dar la cara y públicamente hacer despliegue de su poder de destrucción.

»Considerando esto, La Orden de los Cuevos le envía una cordial advertencia a las autoridades y a aquellos vasallos que se encargarán de llevar a cargo esta ofensa a los derechos humanos: desistan, perdonen la vida de la familia Lardon y déjenlos en libertad o de lo contrario nos veremos obligados a intervenir. Como podrán ver, no somos pocos ―se hizo a un lado por un momento, dejando ver a la turba que yacía tras de sí― somos un poder que debe ser tomado en cuenta, estamos entre ustedes, los conocemos. Somos sus hermanos, sus primos, sus profesores, somos sus arzobispos. Los Cuervos no somos solo los Draxler, somos cada miembro que está cansado del manejo de esta maldita ciudad y de este país condenado a la ignorancia. Desistan. No más dolor.

La imagen de Derian se fundió en negro devolviendo a Kristo a su realidad, como empujado hacia atrás en la caída de una montaña rusa, un sueño del cual despertaba por la sensación de tropezar. Gartint seguía detrás de él, más pálido que de costumbre, sus ojos lucían como platos y al encontrarse con Kristo notó cierta sospecha. Kristo lo entendía, «somos sus arzobispos», era una indirecta más bien directa, que rozaba lo grotescamente explícito, las sospechas del Imperator acababan de ser confirmadas por El Señor de los Cuervos en persona: existía por lo menos un infiltrado en el Imperator y el principal sospechoso debía ser él mismo.

La Rapsodia del QilinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora