Escape de un Mar de Fuego

43 12 0
                                    


Rheon

—Entonces, ¿tu gran plan es volar la embarcación contigo dentro?

—Mi plan de contingencia, sí.

Esa conversación retumbaba en los oídos de Rheon. Tres semanas atrás, él y Zatna tomaban el sol en una playa oculta de Akant, acostados uno junto al otro. Cualquiera que los viera a la distancia pensaría que se trataba una pareja enamorada que disfrutaba del ambiente, en lugar de dos fugitivos que se conocieron cuando sus mundos colapsaron.

—Eso tiene que ser lo más absurdo que he escuchado, quedarás atrapado en la explosión.

—Es una probabilidad, sí. Pero, ¿qué sería la vida sin la mirada constante y permanente de la muerte?

—Eres un idiota, Rheon Lahm. —espetó Zatna, poniendo los ojos en blanco. A pesar de eso él pudo notar una leve sonrisa.

—Soy el idiota que te ha mantenido con vida durante un año entero. —respondió enarcando una ceja.

Ella se acomodó, acostándose de lado. Sonreía ahora ampliamente, su semblante era una mezcla de diversión e incredulidad.

—Creo que lo entendiste al revés. No habrías sobrevivido un mes sin mi ayuda.

—Lo dice la chica que ni siquiera puede mutar.

Silencio. Rheon se lamentó. La mutación era un tema delicado para Zatna y él sabía que debía evitarlo, pero por momentos como ese, donde la amenidad se apoderaba de él, se le escapaban pequeños comentarios que lo hacían lamentarse de estar vivo.

—Puedo hacerlo, solo… elijo no hacerlo —cambió de posición, dándole la espalda. Su labio tembló con nerviosismo, como lo hacía cuando intentaba sacarse una molestia de su mente—. ¿No… no te siente mal por todas las vidas que te llevarás contigo? ―preguntó ella, con más curiosidad que asombro.
Era una pregunta que Rheon se había hecho muchas veces frente al espejo. ¿Era él acaso un asesino? Sin duda sus manos tenían sangre, pero su maestro le enseñó a ver las cosas desde diferentes perspectivas, tal vez como un escape ante la ambigüedad de la consciencia.

—Es… es más simple de lo que crees ―dijo, tratando de evocar el carisma y la seriedad del Desplumado―. Nunca pienso en las vidas que tomo, sino en por qué las tomo. En esa nave habrán hombres y mujeres que se han entrenado toda su vida para la guerra, estaré terminando con asesinos y hundiendo una fuente de destrucción. No se trata de hacer ver el asesinato como algo noble sino de ver más allá de eso. Si en esa nave hubiese niños o personas ajenas a la guerra…

—Sigues hablando de esta «guerra» pero, no estamos en guerra. El Tratado de las Cinco Naciones se ha respetado.

—Siempre estamos en guerra, Zat ―sostuvo, firme―, siempre lo hemos estado y siempre lo estaremos. Ese tratado es tan frágil como la mente de un niño, y posiblemente igual de manipulable —Rheon contempló el cielo, el suave movimiento de las nubes y como el sol era obstruido por instantes—. El Fénix, los Titanes Oceánicos, los Pegasos, el Señor de las Nieves, la Hidra… los dioses siempre encontrarán la forma de hacer de los humanos sus títeres y llevarlos a su muerte.

Ese era el lado de Rheon que más curiosidad despertaba en Zatna; el revolucionario; el alterno. Durante años había escuchado historias sobre esos hombres y mujeres que no respondían ante ningún dios ni autoridad. Esos monstruos que representaban un peligro para la sociedad de cualquier nación y que debían ser eliminados a toda costa. Rheon era un peligro para la sociedad, sin duda alguna, pero no era un monstruo. Sin embargo, ella podía entender el miedo que su padre le tenía a estos seres. Los Alternos eran poseedores de un ideal fuerte y de fácil propagación, un ideal que podría acabar con el mundo tal y como era conocido, así como una chispa podía desatar un incendio.

—En fin… ¿Cómo planeas escapar de la explosión?

—Bueno…

Su pulgar presionó el sensor, uno a uno los explosivos cumplieron su función desestabilizando la estructura de la fragata y creando torbellinos de fuego que se propagaron por los pasillos. La nave comenzó a colapsar sobre sí misma hundiéndose en el mar. Rheon cerró la puerta de la sala de informática de una patada, de igual forma el estruendo hizo que se saliera de sus bases y saliera disparada contra él. Mutó esquivando las placas de metal, ya convertido en un cuervo adulto. Pasó a través de las llamas a toda velocidad, esquivando escombros y vigas que se salían de sus bases, el calor era abrasador y lo hacía sentir en la versión flegta del infierno. El hecho de que a su paso contemplaba personas siendo consumidas por las llamas, ahogando sus gritos de dolor tampoco era de mucha ayuda para alejar esa imagen.

Necesitaba escapar. El miedo ya le había dado paso al pavor, no encontraba salidas, paredes de fuego cubrían todas las fisuras de la nave. Además, ese sentimiento de ser observado no se iba, eran los Titanes, sin duda, furiosos por el daño que un forastero lesinfringía a sus seguidores. Tenía que alejarse del mar a toda costa. Finalmente, ante él surgió la oportunidad de salir, el techo se abrió en una dentada brecha y más allá el cielo lo aguardaba. Emergió con brío, dejando la destrucción detrás, alejándose de los restos de lo que una vez fue un símbolo de poder.

Rheon voló sintiéndose libre y afortunado, pero no lo era. Desde la cubierta, en una pequeña parte que no había sido completamente afectada,una mujer de ojos fríos y profundos le observaba alejarse. A pesar de que el mundo se había convertido en pinceladas de fuego y muerte, mantenía su gesto impasible. En una perfecta posición militar. Esa mujer sintió pasos acercarse, agitados y vacilantes.

—Reporte. —ordenó.

—Capitana Tessa, las pérdidas se calculan en un tercio de la tripulación. Los tritones se encuentran a salvo en el agua, pero aquellos con tótems terrestres y los ubicados en los niveles dos y tres no han podido salvarse.

—Entiendo.

—¿Cuáles son sus órdenes, capitana?

—Lleven a todos los heridos al centro de atención más próximo. El de Akant deberá servir, es la isla más cercana. Los que estén en estado óptimo para trabajar preparen un mensaje para el centro, la embajada de Flegtanmont debe saber lo que ha sucedido: hemos sido atacados por los Draxler.

La Rapsodia del QilinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora