Kristo
El anuncio fue dado y la sentencia emitida; Ragnar Zenslav, portando su manto divino, se había mostrado ante toda la población de Braifer, tal vez incluso de Flegtanmont, una pequeña réplica de su persona en cada pantalla de cada hogar. Kristo lo había observado desde el borde de su cama, frente al televisor que se alzaba frente a esta. Ragnar había hablado con orgullo, en sus ojos no halló pizca de arrepentimiento ni misericordia, en ellos solo atestiguó la mirada de un hombre que no solo cumplía con su deber, sino que sentía estarlo haciendo a la perfección.
En general Kristo sentía asco, repugnancia hacia su entorno, hacia sí mismo y hacia la maldita ciudad en la que se hallaba y la cual se alzaba como una suerte de jaula en torno a él, limitándolo moral y físicamente a un vasallo más, como si los años y las batallas que hubo librado no fuesen más que victorias vacías sin valor ni peso, tal vez así las veían sus superiores y semejantes; registros de papel de eventos que ocurrieron, marcados en la historia para conmemorar y tal vez compartir una copa, pero sin otorgarles la importancia de las vidas que eran perdidas, es decir, lo mismo que ocurría en ese momento con la familia Lardon.
Intentaba imaginar algo parecido ocurriendo en Yana, pero no podía pensar en sus dirigentes (de los cuales había formado parte hasta hacía poco) cayendo en tales prácticas, aunque siguieran los mandatos del Sumo Pontífice como todos los demás, La Ciudad de Lava siempre fue recelosa con su manejo y funcionamiento, poseía un poder mucho más descentralizado que la capital, una realidad alterna. Se halló a sí mismo viendo a Yana como una ciudad noble y rebelde y a Braifer como una tierra fría y despiadada y aunque se odió aún más por hacerlo, no pudo evitar que las imágenes de Krismort y sus padres se filtraran en su mente en relación.
A la mañana siguiente del anuncio se presentó en el lugar que tantos años antes había sido el perfecto escenario para conmemorar sus hazañas y aventuras y donde llorar por sus grandes desgracias, desde su graduación de la academia, pasando su expiación luego de la masacre de sus compañeros hasta el rango de arzobispo otorgado al liberar la Bahía de Zenti de la maldición de la Banshee, maldición que había adquirido él mismo como uno de tantos sacrificios. Avanzó a través de los pasillos de la Catedral de las Cenizas, los cuáles a diferencia del Imperator permanecían con la misma esencia que había tenido desde su creación miles de años atrás. Las paredes, los pisos y la decoración emitía el mismo fulgor rojo que las prendas de Ragnar, Kristo estaba seguro de que cada centímetro de la estructura estaba bajo su dominio y que con un pensamiento podía hacerla explotar.
―Bienvenido, arzobispo Lesmont. ―Lo saludó Ragnar Zenslav desde la comodidad de su trono, elevado a varios pisos a los que solo se podía llegar subiendo por una escalera cubierta por una alfombra roja carmesí, como si sangre hubiese sido derramada sobre ella y se hubiera dejado secar lentamente tiñendo la tela bajo sí.
―Su Santidad, es un honor ―afirmó Kristo, postrándose ante él inclinando una rodilla, hasta que este le otorgó el permiso de levantarse―. Confío en que sepa por qué he venido en su búsqueda.
―Así es, joven arzobispo, soy consciente de su constante insubordinación y del descontento general que siente ante las necesarias decisiones que han sido tomada por mi persona al cumplir mi deber como dirigente de esta nación.
La voz de Ragnar era más fuerte de lo que Kristo recordaba, era grave y poseía un peso casi tangible, imposible de no percibir.Casi podía escuchar la voz de Garlick en su cabeza diciéndole como nunca sabía elegir sus batallas y como siempre arrastraba a todos a ellas. Esta vez estoy haciendo esto solo, y cargaré con las consecuencias de mis actos de la misma manera, se dijo, haciendo acopio de la emoción que lo había llevado hasta allí y dejando la razón de lado, habiendo comprobado que en Braifer la razón poseía un matiz que carecía de los valores y principios que él les otorgaba a la coherencia.
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La Rapsodia del Qilin
FantasiUn mundo donde todas las naciones son gobernadas por su religión, creando así una división palpable. Cada una desea proclamar a su dogma como el único y verdadero, sin importar el costo. El tratado de las naciones mantiene una paz temporal, pero...