Akant

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Rheon

     Despertar podía volverse un procedimiento delicado si se pasaba tanto tiempo dormido como Rheon lo había hecho. En primer lugar, si tuviste una pesadilla era posible despertar atacando a tu compañera de cueva con una cuchilla, cosa altamente contraproducente. En segundo lugar, si tu sueño se internaba a territorios más fogosos, podrías abrir los ojos y darte cuenta de que habías estado haciéndole el amor a una almeja, y no, no lo decía en sentido figurado. Finalmente, si despiertas en medio de un entretenido monólogo, corres el riesgo de cortarlo, para estos casos el joven Rheon recomendaba fingir un ronquido y disfrutar de la historia. Debía admitir que el relato de Zatna había tocado una fibra sensible en él, pues esos sentimientos eran mutuos, él también sentía que se habían encontrado por alguna razón, aunque al igual que Zatna, él jamás se lo diría sabiendo que ella está consciente.

—Me siento mucho mejor —dijo Rheon, sentándose contra la pared de piedra—, el único problema es mi pierna, la patada del hombre piraña todavía me duele.

—¿Hombre piraña? —Zatna alzó las cejas.

—Sí, un hombre que era mitad piraña, ¡sígueme el ritmo! —exclamó Rheon, sonriendo— Ese tipo tenía un excelente control, pudo mutar su cabeza completa sin caer en las proporciones reales, yo solo puedo hacer eso con mis ojos y oídos.

—En Akerontze nos adiestran en los artes de la mutación desde que entramos a la pubertad, ¿sabes? Bueno, a todos menos a los Worshake.

—Algo he oído de eso… pues, en Flegtanmont es ilegal, necesitas una licencia especial para usar tu tótem, o ser un increíblemente genial forajido, como yo. —Rheon esperó una risa por parte de Zatna, pero en su lugar recibió tres puntos suspensivos.

—Mejor sígueme hablando de tu pierna —recomendó Zatna—. ¿Qué necesitas para curarla?

—Descanso, tuve suerte de que no me cuidaras tan mal, si hubo alguna fractura el hueso debió haberse curado en la posición correcta.

—¿Tan mal? —Zatna, fingiendo estar ofendida, le arrojó un puñado de arena— Habrías muerto si no hubiese sido por mí. —La arena cayó justo sobre el cabello de Rheon, descendiendo por su rostro.

—En mi defensa, mi vida está en riesgo constantemente. Habría muerto si una gran cantidad de sucesos no se hubiesen dado.

—Cerebro de pájaro. —lo insultó ella.

—Mujer diabólica. —le respondió él.

     Ambos compartieron la mirada durante un instante, Rheon observó el bronceado que había adquirido la piel de Zatna, la cual ya era un poco oscura, tantos días en la playa le habían otorgado un tono más tostado, que se desdibujaba en los bordes de su ropa, en la línea de su blusa, justo donde sus hombros daban paso a los brazos y debajo del cuello, en ese leve escote que invitaba al inicio del busto. Tardaron un segundo en darse cuenta que habían estado mirándose por demasiado tiempo. Desviaron la mirada bruscamente.

—¿Tienes idea de donde podremos ver los datos que robé de la armada? —preguntó Rheon, en un intento desesperado de bajar la repentina tensión.

—Ir con Zamos sería un suicidio, la ciudad está repleta de soldados rontzeanos, llegar hasta el vertedero es imposible.

     Zamos era un contacto del maestro de Rheon, uno de tantos que tenía desperdigados por el mundo, otro alterno, otro revolucionario dispuesto a brindar su ayuda a aquellos que compartieran sus ideales, pero lo más importante de Zamos era que se trataba de un maldito genio. Se las había arreglado para construir un ordenador con piezas sobrantes que robaba de basureros de las bases militares. Según las leyes tecnológicas de Akerontze, solo las bases militares y las empresas de desarrollo tecnológico tenían derecho al uso de ordenadores, por lo que acceder a uno para leer data encriptada era algo realmente difícil.

La Rapsodia del QilinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora