Canción de Cuna

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Rheon

     Rheon sostenía la memoria entre sus dedos. Yacía sentado en el borde de la cama, el edredón apenas hundido bajo su peso a cada lado. A su derecha, la noche se divisaba a través de una ventana abierta, donde las luces de la ciudad acompañadas por una tenue luna brindaban una iluminación intermitente a la habitación, su torso descubierto aun mostraba zonas sonrosadas por las quemaduras y golpes, apenas resaltaban sobre su piel pálida, estas aún molestaban, pero ya el dolor era soportable. Quería dormir, como Zatna lo hacía, pero no podía, llevaban ya tres noches en ese hotel sin poder establecer contacto con Zamos y la ansiedad comenzaba a cobrar factura. Incluso su sentido del humor parecía estar fallando, ¡no había sacado de quicio a Zatna en todo el último día!

     Esa memoria era la clave de todo, lo sabía. Deslizó el pequeño dispositivo de metal por su palma, tratando de leer el complejo código encriptado utilizando nada más que su mente y sus encantos varoniles, cosa que no dio resultado.

—Maldita sea… —murmuró, procurando no despertar a Zatna— Tú, pequeña mierda metálica, tienes la clave para liberar a mi maestro. Tú, tienes la clave para entender qué es lo que está sucediendo en este país de locos.

—¿Así qué país de locos? —inquirió Zatna, con una voz que no denotaba ni pizca de sueño.

     Rheon se volvió para verla, ella estaba acostada de lado, las sábanas llegaban hasta sus hombros, de los cuales colgaban los tirantes de su pijama. Sus ojos brillaban con intriga, aunque su cara expresaba cierta certeza.

—No fue mi intención despertarte, vuelve a dormir.

     Zatna, para variar, no le hizo caso. Se sentó, cubriéndose con el edredón y arrecostando su espalda en el respaldo de la cama.

—Estoy despierta desde hace un tiempo, desde que te fuiste a sentar —confesó ella, serena—, ¿te encuentras bien?

—¿Sabes lo perturbador que es que me mires desde las sombras? —preguntó él, escondiendo la memoria en el bolsillo de su pantalón, la única prenda que llevaba— Si tanto me deseas tan solo necesitas decirlo.

     Zatna puso los ojos en blanco, a la vez que trataba de esconder el ligero rubor que se escapaba de sus mejillas.

—No respondiste mi pregunta, Rheon —insistió ella—, ¿te encuentras bien?

     Rheon aguardó un instante, sintiendo el impulso de responder «¿Ves este cuerpo? Nunca he estado mejor» pero no lo hizo, dejó que el silencio prepara la antesala a un suspiro, y luego habló.

—Me siento frustrado —admitió—, cansado, abatido. Nunca había estado tanto tiempo sin él y yo… ni siquiera sé si está vivo. Y tengo la llave para saberlo, la tengo en mi bolsillo y aun así soy impotente, una vez más soy impotente para salvar a aquellos que amo.

     Los momentos en los que Rheon no era un completo idiota eran en los que Zatna más se preocupaba, porque entendía su dolor, tal vez solo parcialmente, pero lo hacía. No quería que su compañero sufriera. Con tan solo ver esos ojos, oscuros como la noche, sucumbiendo ante la presión del mundo que se le había arrojado sobre sus hombros, se le rompía el alma.

—No es tu culpa, Rheon, has movido mar y tierra, casi literalmente, para conseguirlo, pero en este momento no hay mucho más que hacer, debemos ser pacientes y aguardar al momento en que podamos salir. Zamos vive en el vertedero, demasiado próximo al centro de la ciudad, un simple oficial de policía no te habrá reconocido, pero los hombres y mujeres detrás de esas máquinas de guerra lo harán y a mí también y no habrá a dónde huir.

—Siempre que me deprima pediré tu apoyo, de verdad sabes cómo subir el ánimo de un chico.

—Vamos Rheon, no seas así, estoy tratando de ayudarte, pero no puedo hacerlo si siempre pones esas paredes que te aíslan del mundo.

La Rapsodia del QilinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora