De Regreso a la Ciudad de Cenizas

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Kristo

Durante años Kristo pensó que cuando volviera a la capital sentimientos de nostalgia y necesidad lo embargarían, la decepción no tardó en hacerse presente cuando en él solo encontró una familiaridad más bien incómoda. Apenas hubo bajado del tren cuando sintió una profunda desesperación porretornar a Yana, la capital del Sur, donde había estado prestando servicio los últimos tres años. Allí lo esperaba una guarnición de hombres leales que lo seguirían sin dudar al campo de batalla y una cama cálida donde Rinne, su amante en tiempos de gloria, aguardaría a que él se hiciera con su cuerpo cada noche. El sentimiento no había hecho más que agravarse conforme avanzaba por esas calles sobrepobladas y tan llena de edificios que el cielo era apenas visible.

      Aunque Braifer era la tierra de sus ancestros, la conexión que Kristo tenía con ella rozaba la tragedia, los recuerdos de su hermano y su traición eran aún bastante fuertes, y el peso que sobre él caía lo sentía a cada paso. Caminando por las calles no se le hacía difícil notar las miradas que eran dejadas tras él, los murmullos de admiración, duda e incluso burla; «¿Era ese realmente Kristo Lesmont?».

      Apenas sintió un cosquilleo al llegar a la antigua mansión de su familia, la que sus padres le habían dejado al mudarse a una más grande y pretenciosa cerca del centro de la ciudad. A pesar de que hacía años que nadie vivía ahí no se notaba descuidada ni maltratada, sin duda sus señores habrían contratado un servicio de limpieza para mantenerla en perfecta pulcritud. De cualquier forma, para el hombre que yacía de pie ante el portón delantero, ese esfuerzo era absurdo, no había por qué mantener intacto algo que siempre había estado roto por dentro.

       Pasó la reja y atravesó el jardín delantero, tan lleno de colores y formas que lucía casi infantil, los gustos de su madre jamás cambiarían. Notó que no habían cambiado la cerradura cuando su llave caló perfectamente y la puerta se abrió sin el menor esfuerzo. Suspiró, agradecido, no tenía ganas de llamar a sus padres ni irrumpir en su propio hogar.

    *                     *                     *

Su reflejo lo observaba con aversión, detestando la apariencia a la que debía ser sometido en cada junta. Incluso con toda una vida vistiendo los mantos, no dejaban de verse estúpidos ante sus ojos, de hecho, todo su ser lucía ridículo. El cabello, antes recorrido en una limpia cola de caballo, ahora caía sobre sus hombros y espalda. Sus ojos, siempre cubiertos con lentes de sol ahora yacían desnudos, exponiendo sus vulnerabilidades. Y su ropa, rasgada y moderna fue sustituida por un manto ceremonial, ceñido al cuerpo, largo y de color vino. En su cuello, uniendo los pliegues del manto se encontraba bañado en oro el dije de un halcón.

         —Bienvenido a casa, señor arzobispo. —saludó al espejo.

Su intercomunicador sonó desde su bolsillo, lo llevó a su oído y tan solo al contestar escuchó la inconfundible voz del hombre más estúpido que había tenido el honor de conocer.

         —¡Eh, damita, ¿tienes el vestido puesto?!

No le quedó de otra que reír.

—¿Quién te ha dicho que he vuelto, Xander? —preguntó Kristo, mitad irritado mitad emocionado. Garlick Xander no era una persona de trato fácil, pero de lejos era en la en la que más confiaba en esa ciudad.

—¿Estás de coña? ¡Es de lo que todos hablan! «El hijo pródigo regresa a casa» —Kristo casi pudo ver como hacía las comillas con los dedos—, ¿sabías que los tabloides ya te mencionan como el sucesor de Ragnar?

Maldición. Sabía que la voz se correría rápido, pero no sospechóque a tal magnitud, solo llevaba un par de horas en Braifer. Aunque tal vez soñador, había esperado que en una ciudad de quince millones de personas los rumores tardarían más en corroborarse.

La Rapsodia del QilinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora