Emperador

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El emperador romano estaba dando una vuelta por su palacio mientras que varixs sirvientxs le seguían recitando sus horarios, reuniones, etc. Sinceramente, el azabache sólo quería un simple paseo en tranquilidad, pero, al parecer, era demasiado pedir.

En un momento dado pudo librarse de ellos y pasear en paz, pero algo le llamó la atención. Inesperadamente, la puerta del almacén de alimentos estaba levemente abierta, cosa que era bastante extraña. Sin más, él se acercó lentamente hacia el almacén abriendo la puerta y echando un vistazo al interior.

En un primer momento todo se veía demasiado tranquilo, pero una leve estela blanca le llamó la atención. Se acercó para luego retirar unos sacos de harina y observar al pequeño ladrón.

—¡No se acerque más señor, o si no..!— de entre ese hueco salió un niño de piel morena y de unod diez años de edad. Entre sus brazos sostenía los pequeños panecillos que había robado.

—O si no ¿qué? Solamente eres un mocoso. Anda devuelve eso.

—¡Hey! No soy ningún mocoso, ya tengo mis diez años bien ganados.— el moreno apretaba con más fuerza los panecillos contra su pecho, mientras miraba con un deje de rebeldía al mayor.

El azabache se quedó mirando al niño de arriba a abajo. La verdad es que tenía un estado deplorable, este tenía las ropas hechas jirones, tenía varios moretones alrededor del cuerpo y se le notaba bastante flaco.

—¿Se puede saber para qué quieres esos panes?

—Pues para mi mamá y para mí, obvio.

—Sabes quien soy, ¿verdad mocoso?- dijo en un deje de mostrar autoridad al menor.

—Sí, eres el nuevo emperador. ¡Y no soy un mocoso, viejo!— exclamó el moreno exasperado. El emperador lo miro desde arriba seriamente, hasta que esbozó una ligera sonrisa.

—Tienes coraje enano, y que sepas que solo tengo dieciséis años.— se quedó analizando nuevamente los movimientos del niño, sinceramente le dio pena su estado, además de que se notaba a leguas que las pequeñas piernas del moreno pronto llegarían a su límite si seguía viviendo como lo hacía. No supo explicar claramente lo que le impulsó a decir lo siguiente. —Anda, ven, acompáñame.

—¿A dónde?— preguntó el pequeño con desconfianza.

—A tu nueva casa, mocoso.— en ese acto cogió la mano del menor, el cual lo miraba sorprendido con sus ojos azules bien abiertos,  y lo guió dentro del palacio.

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[Nota de la autora:
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One Shots || KlanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora