Capítulo 2

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La lanza vuela, siseando hacia su pecho y de repente todo se oscurece y sólo están la lanza y ella. En ese momento intenta despertar del sueño que ahora se ha vuelto pesadilla, pero por mucho que se esfuerce, no puede hacer nada "Esto se sentirá al morir" piensa, y se prepara para la estocada, cuándo de la rama más cercana cae alguien, y ve el destello del bronce al cortar y con un chasquido, la lanza que iba a matarla cae al suelo a unos centímetros de su pecho.

Haggins aúlla de rabia y gruñe:

-Tú, como te atreves a hacer esto… ¡te mandare al infierno!

Y en ese momento los lobos atacan y Leila asistes impotente a como su salvador se ve rodeado…

Justo en el momento en el que la manada de lobos se tira a por su salvador, éste grita algo al aire. Ella no Lo escucha bien, pero le parece que dice algo así como Pit. "¿Pit?" Se pregunta, pero en un pestañeo cae del cielo algo grande con patas, colmillos y garras, y allí se arma un revuelo de gruñidos, maullidos, garras, mordiscos y zarpazos, y al cabo de un momento sólo quedan la criatura que vio caer y su salvador… sin contar, claro, con la señora haggins, que contemplaba el espectáculo subida a su lobo.

Ahora que puede, la joven se fija en la cosa que ha podido con los lobos.

A primera vista, parece un gato atigrado, pero sus ojos son del color de la plata y Lo que más le sorprende, aparte de que tiene el tamaño de una pantera, son las dos grandes alas del color del cobre que tiene en la espalda. Ese animal le suena, lo ha visto antes, pero no sabe dónde, ni cómo.

-Deberías irte, Haggins. -dice el encapuchado que se mantiene de espaldas a la chica, mirando fijamente a la mujer y su montura y apuntándoles con su espada, que emite un tenue resplandor.

-No sin antes advertirte. La barrera que separa los dos mundos está a punto de romperse y vosotros, escoria Magii no podréis hacer nada. -Y en el momento en que dice eso, el encapuchado le lanza un cuchillo que tenía escondido, pero ella se desvanece sin más.

-¿Estás bien? -Pregunta el joven, mientras se quita la capucha. Sigue de espaldas a la joven y acaricia al gato, mientras enfunda la espada y recoge su cuchillo.

 -No pareces ser de aquí, no me parece haberte visto en la ciudad. ¿Acaso te has perdido?- Le pregunta. Y en ese instante le ve la cara , y sus miradas se cruzan y la joven se encuentra contemplando unos ojos verdes que ya ha visto antes, unos ojos que muchas veces antes la habían puesto nerviosa o la habían enfadado, que la habían hecho reír y que hasta le traían la cabeza loca.

-No puede ser -dice él- Leila, qué narices haces tú aquí y ¿cómo has logrado llegar?

Nada es lo que esDonde viven las historias. Descúbrelo ahora