Capítulo 28

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Leila no esperó ni siquiera a que Leo se sentara. Estaba furiosa. Leo era su mejor amigo, y se había guardado un secreto así sólo para él. Había huido a Londres (Eso estaba seguro, hasta ahí lo conocía) y ella le había hecho caso, quedándose en casa. ¿Des de cuándo le hacía caso? Ya era hora de que pusieran las cartas sobre la mesa.

Involuntariamente, toda la vajilla de la mesa empezó a levitar y a temblar. La taza en manos de Allison explotó en un millón de pedazos y el chocolate se desparramó por el mantel. Los platos empezaron a flotar como platillos volantes, y tres cuchillos se agitaron cómo si se tratara de tres espadas.

-Cómo has sido capaz... guardarte esto para ti... irte así...-Uno a uno, los platos y cubiertos salieron  disparados hacia Leo: Tres platos a la cabeza, un vaso donde antes estaba su brazo derecho, un cuchillo casi entre las piernas y los otros dos por poco lo empalan al suelo. Leila, rabiosa, salió de la sala como una exhalación, y al poco escucharon un fuerte portazo. Leo tardó unos tres segundos en recuperarse del shock, y antes de que el resto pudiera preguntar, dijo:

-Cuentos para los no tan niños, ¡página treinta y seis! -Y salió disparado hacia la puerta. El resto se quedaron mirando el estropicio durante un rato, hasta que Ben rompió el silencio:

-En fin, ¿cuentos para qué?

***

Leo tardó exactamente dos segundos y medio en subir los cincuenta escalones hasta el ala central de la mansión y tres zancadas para situarse delante de la puerta de Leila. Entró sin decir nada, Leila estaba centrada leyendo un libro, de piernas cruzadas en la cama. Pero Leo podía notar los pequeños gestos que delataban su rabia: los puños, fuertemente cerrados, estaban iluminados desde el interior, signo de que tenía una fuga de magia del fuego debido al enfado, peligroso; Su pelo, siempre liso, estaba tan cargado de electricidad estática que pequeñas chispas se soltaban de las puntas, mucha magia, más peligroso; todos los objetos de metal de la sala apuntaban hacia él, letal.

-Leila...-Empezó Leo, pero ella hizo un gesto, como si quisiera apartarlo de ahí, y Leo voló hasta la pared y ahí se quedó pegado. Entonces, Leila se levantó y le miró directamente a los ojos, y el chico supo exactamente lo que ella buscaba, y no iba a ponerle ninguna defensa. Leo abrió su mente, y Leila se sintió cómo si cayera por un barranco.

La mente de Leo era cómo una extraña galería de arte. Por todas partes había imágenes, sonidos que iban de un lado a otro y no significaban nada, gente que atravesaba a Leila sin más y al mirar atrás no estaban, gente que se dirigía a ella y de repente se disolvía, monstruos atacándola y desapareciendo al acercarse demasiado....

Eso era un caos "Cómo si Leo no tuviera claro todo lo que tiene en la cabeza" Pensó Leila. Pero ella buscaba sus inicios en el mundo magii. Después de concentrarse mucho, empezó a ver las imágenes pasar como si fuera una película:

-Leo, un chico de ocho años recién cumplidos, leyendo un libro de mitología que ni siquiera puede aguantarlo de lo pesado que es, y deseando que todo lo que hay allí escrito fuera verdad.

-Leo, ahora más crecido, junto a un Luciel igual al que Leila conoce, que le dice: "Leo, eres un magii, tú puedes hacer magia"

-Leo, volando a lomos de Pit, su recién domesticado gato alado, deseando que esa sensación no se acabe nunca...

Pero Leila, o puede que fuera el subconsciente de Leo, saltó hasta un recuerdo más cercano: el día en que Leo se convirtió en el duque de otoño.

Nada es lo que esDonde viven las historias. Descúbrelo ahora