Capítulo 23

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Después de que Leila se vistiera de forma cómoda, bajó al comedor de la casa, y encima de la mesa había un montón de cosas para desayunar: muffins de chocolate, jarras con zumo natural, todo tipo de frutas, boles con cereales, quesos y embutidos, y una bandeja llena de pan. Encima de un muffin había una nota:

               "¿Qué tal si comes lo que quieras? Te hará falta."

                  -L.

                 PD: Te espero en el jardín delantero.

¿Así que Leo le había preparado el desayuno? Pues a comer se ha dicho. Fuera lo que fuera lo que esa bebida en la cueva de la Sabia le hubiera hecho, le había dado un hambre voraz. A parte, no veía ningún cambio. No recordaba qué había pasado después de desmayarse en la cueva, pero dudaba que fuera importante. Teóricamente, ahora tenía un montón de poderes mentales, pero ni siquiera pudo conseguir que un muffin volara hasta su boca.

Todo eso lo había pensado mientras comía, y a la que acabó, salió al jardín delantero a encontrarse con su amigo.

Y allí estaba, estirado en un diván, con una mesilla al lado en la que reposaba un plato de uvas. Él leía un libro con interés, y con un gesto de un dedo, el racimo de uvas voló hasta encima de su cabeza y se comió una como un emperador romano, sin ni siquiera dejar de leer el libro. Qué propio de él. Leila se le acercó por detrás, decidida a darle un susto:

-¿Qué lees? -Preguntó gritándole al oído.

-¡AAAH! -Leo cayó al suelo, tirando la mesilla y las uvas, que le quedaron encima de la cabeza cómo un extraño sombrero, digno de Lady Gaga.

-¿Cómo me haces esto? -Pregunta enfadado. Leila está retorciéndose de risa por el suelo.

-Estabas ahí tan... por favor, ¡qué risa! -A Leo se le contagió la risa de Leila y al final acabaron riendo los dos durante un buen rato.

Al final, después de recuperarse del ataque, Leo condujo a Leila por los jardines hasta un cobertizo oculto en un pequeño bosquecillo.

-Aquí está, el gimnasio. -Anunció Leo mientras se dirigía a abrir la puerta.

-¿Eso es un gimnasio? Parece el cobertizo del jardinero. -Dijo Leila.

Leo dio un golpe fuerte a la puerta, y ésta se iluminó de azul, y se abrió dejando ver un ascensor muy amplio. Leo hizo un gesto invitándola a entrar

-Deberías haber aprendido ya que en este mundo nada es lo que es, ¿no?

-Ya. -Contestó ella mientras entraba al ascensor.

Una vez dentro, Leo dio una palmada y las puertas se cerraron, y bajaron a una velocidad de vértigo, lo que parecieron como mínimo veinte minutos, aunque sólo fueron dos. Cuando las puertas se abrieron, se encontraban en una sala del tamaño de un campo de futbol, con las paredes y el suelo de acero. Habían muchas estanterías llenas de armas, y al fondo se acumulaban maniquíes con armaduras y armas incluidas, por si acaso a alguien le apetecía practicar con ellos.

Leo indicó a Leila cómo ponerse las protecciones para el entrenamiento y después se las puso él, y la condujo hasta el centro de la sala:

-Muy bien, ya estamos listos. ¿Tienes tu arma? -Levantó su espada.

Leila cogió el cilindro de metal que era su arma, se mentalizó de que quería una espada, y éste cambió hasta serlo. –Lista.

Nada es lo que esDonde viven las historias. Descúbrelo ahora