capítulo 24

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Después de despertarse y darse una ducha, Leila subió a través de una trampilla y una escalera de mano, al ático de la mansión, o lo que era lo mismo: el estudio de Leo. Era una única y enorme habitación, que abarcaba todo el perímetro de la casa, con grandes ventanales para que la luz entrara, el suelo cubierto de alfombras mullidas para que el suelo no estuviera frío, y por todos lados había sofás, divanes y mesillas con libros y alguna que otra copa con un líquido de color rojo brillante. Las paredes estaban forradas de librerías con gruesos tomos de cuero.

Leo estaba sentado en un gran escritorio de madera en el centro de la habitación, leyendo tres libros a la vez, sostenía con una mano una copa con ese líquido rojo brillante, y musitaba palabras que iba apuntando con la otra mano en una hoja de papel. En un momento, dejó el bolígrafo encima de la hoja, se llevó la copa a los labios, bebió un largo sorbo y la dejó en la mesa mientras miraba lo que había escrito hasta ahora. Después, levantó la cabeza y vio a Leila, allí plantada. Se levantó de golpe, dio la vuelta al escritorio y fue a recibirla:

-Que, ¿te gusta? -Dijo abriendo los brazos para abarcar toda la habitación.

-¿no es demasiado para ti sólo?

-Necesito espacio para mí, así que no.

-Creo que si lo compartieras con alguien, puede que estuviera más... ordenado.

Leo frunció los labios, avanzó tres pasos para dejar a Leila atrás, inspiró hondo y dio dos palmas que resonaron por toda la habitación. Al instante, los libros de las mesas volaron a sus sitios, las copas se evaporaron en el aire y los muebles se reorganizaron de modo que para cada tres asientos del mismo tipo, hubiera una mesa en el centro. En cinco segundos la sala estaba como nueva. Leo se giró hacia Leila, cuya boca rozaba el suelo de tan abierta que la tenía, sonrió y dijo:

-¿Decías? Si quieres compartir el estudio conmigo...

-¿Sí? -Preguntó esperanzada Leila.

-No. -Contestó tajante Leo, pero su expresión se suavizó al instante. -
Pero puedes venir cuando quieras. ¿Qué tal si ahora nos ponemos con la magia?

Leo cogió cuatro libros de las estanterías: uno marrón, otro rojo, el tercero azul y el último de color blanco, y los llevó hasta el escritorio. Pidió a Leila que se sentara en el suelo y colocó a su alrededor los libros formando un círculo, y los abrió todos. Se sentó de piernas cruzadas fuera del círculo, delante de Leila. Sin más preámbulos, se puso a hablar.

-Cómo ya sabes, los magii tenemos un don, una bendición concedida por los arcanos. La bendición, exactamente, fue que pudiéramos utilizar a la naturaleza para defender a los mortales. Esa es la esencia de la magia: usar las fuerzas de la naturaleza a tu voluntad.

-La naturaleza está formada, básicamente por 4 elementos:
El ardiente fuego, paladín de la luz y portador del calor, defensor de los hombres contra los peligros de la noche, el que forjamos nuestras armas. -En las páginas del libro rojo empezó a arder una llama, primero azul, luego pasó a rojo apagado y más tarde a naranja intenso, hasta volverse blanca de tan ardiente.

-La fértil tierra, elemento creador de los humanos y el molde sobre el cual crecen las plantas y árboles que alimentan a los animales. En ella conreamos gran parte de nuestros alimentos. -En el libro marrón empezaron a crecer plantas y tierra, hasta que pareció una maceta.

-El indomable viento, veloz, aullador, destructor y portador de tormentas. Pero tal y como las trae, se las lleva. También es generoso, e impulsa los barcos con marineros audaces a aguas desconocidas. -Las páginas del libro blanco empezaron a pasar solas muy rápido, hasta que un pequeño tornado apareció encima.

Nada es lo que esDonde viven las historias. Descúbrelo ahora