Capítulo 42: Me mataron en vida

180 5 0
                                    

¿Cómo pude vivir tanto tiempo separada de su sonrisa? Ahora que la conozco, no he dejado de necesitarla. Es mi mejor amiga, mis ganas inesperadas de querer disfrutar esta vida. Porque no quiero dejarla sola, no deseo que nos separemos otra vez.

—Aquí y ahora, ahora o nunca—cantó tocando el ukelele que había traído consigo. Pequeño, de color lila, quisiera tener uno también—. ¿Qué tal? ¿Te enseño a tocar?—preguntó entusiasmada.

—Cantas hermoso—le sonreí divertida. Es comos si escuchara otra vez mi voz, y de cierta forma, me hace bien. Extraño mucho cantar—. Deberías hacerlo frente a más personas.

—¿Cantarías conmigo?—negué de inmediato. No puedo, odiaría perderla para siempre.

Tengo un severo problema en mis cuerdas vocales, requiero una costosa cirujía que nunca podré pagar así que nada de canto, o de lo contrario, se dañarían por completo y definitivamente me quedaría sin ella.

—Lo mío es bailar, tú eres la cantante aquí—aclaré antes de empezar un debate y añadí—: Mejor enséñame a tocar, aprendo rápido, lo prometo.

—Pero canto frente a casi nadie...—alegó tocando las cuerdas del instrumentos con la yema de sus dedos. Había dejado de tocar y cantar, ya extraño escucharla—. ¿Sabés que al ser gemelas nuestras voces pueden ser iguales?—cuestionó ladelando la cabeza.

—No necesariamente—reí, decidiendo evadir el tema, agregué—: Vamos, quiero aprender a tocar un poco.

—Necia—soltó entre dientes y negó observándome. Creí haberle recordado a alguien, sin embargo, opté por no preguntar. Hablar sobre nuestros padres hace que vuelvan a aparecer mis dudas.

—¿Yo? ¿Perdón?—inquirí perturbada—. Una cosa es ser necia y otra, muy distinta, aceptar cuando algo se fue a la mierda—Celeste cambió su semblante. Creo que insinué demasiado, ¿por qué no puedo ocultarle nada?

—Cuando hablás así, me recordás a papá—sonrió tristemente, cambiando mi estado emocional también. Quisiera ver llegar el día donde sea aceptada, en serio lo amaría, siempre y cuando no termine suicidándome antes—. Él peleó mucho, se llevarían muy bien.

—Ya sabes lo que pienso al respecto, debieron tener sus razones—le recordé apenada. Joder, todavía duele no haber sido escogida yo. Pero alegra saber que Celeste jamás durmió en la calle y tuvo una buena vida.

Celes tiene ojos verdes, cabello castaño largo, una sonrisa preciosa, familia, casa, un plato de comida siempre y cuánta ropa quiera. Adoraría que hubiéramos crecido juntas, desde pequeñas. Si ahora somos inseparables, ¿por qué antes no hubiera sido así? Espero tenerla conmigo el resto de mis días.

—Te amo—manifestó abrazándome cuando sentí un terrible nudo en mi garganta y lágrimas contenerse. Ella suele ponerse vulnerable si estoy mal—. No importa qué digan, nunca dejarás de ser Vilu, mi alma gemela.

—Gracias por existir, haces que sea feliz—sonreí besando su mejilla, abrazándola más fuerte—. Bueno—suspiré calmándome. No debo arruinar este momento, íbamos bien. Tampoco tiene que deprimirse por culpa mía—, ¿vas a enseñarme?

—Sí, obvio—asintió entregándome el ukelele.

Estábamos sentadas sobre aquel césped recién cortado del parque. Ella empezó con la especie de lección, y yo comencé a realizar esfuerzos por comprender rápido, sin hacer muchas preguntas. Celeste sonríe de una manera que me hace preguntarme si cuando lo hago nos veremos iguales. Aunque ese pensamiento se desvanece al darme cuenta de que Celes es hermosa, la hija perfecta que todos quisieran tener y de quien están orgullosos.

Aliados 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora