El Chantaje

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Alice

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Alice.

Una semana después de aquella hazaña en la cabaña abandonada fuimos nuevamente a nuestras casas simulando que nada había pasado, aunque por dentro, nuestra alma, nuestra dignidad y nuestra seguridad había colapsado por completo. La semana había transcurrido de manera normal y no habíamos recibido ninguna llamada de Wilson. En la escuela, nadie había logrado superar la muerte de Sara, todos se la pasaban alardeando y diciendo cosas sobre nosotros y sobre su muerte, sin darse cuenta que eso los afectaba también a ellos de una manera indirecta. Arreglé mi maletín y me puse un jean estampado con flores y una blusa blanca con boleros; me puse unos tacones, no tan altos, pero eran hermosos, y después de estar lista bajé a desayunar. En la mesa estaban mis padres, Rossane y Julio, y mi hermano menor, John.

—Alice, por fin bajaste, ya vas tarde.

—Lo siento, mamá, mi alarma no sonó esta mañana.—me senté en la mesa junto a mi hermanito y le di un beso en la frente de buenos días; él es un niño excepcional, se compadece de todo y de todos, es amable, dulce, respetuoso e inteligente; tiene cabello corto, y rubio igual que el mio, a pesar de tener 12 años es muy alto y tiene una estructura osea bien formada debido a su pasión por el Baloncesto, es el tipo de persona que es obsesionado con el orden y la perfección, aunque a veces se vuelve algo insoportable, y tanto que tiene una repisa llena de juguetes que no usa, y que sin embargo organiza cada fin de semana.

Luego de desayunar me despedí de mis padres y me fui caminando hacia la escuela, que quedaba a tres manzanas de mi casa. Llegué al colegio y fuí inmediatamente a mi salón, pues ya iba muy tarde. Al entrar, todos me miraron y la profesora me dijo despreocupada <<Sigue Alice>> yo asenti y me ubiqué a dos sillas de Helen dejando una vacía en medio.

—Hola ¿Cómo estas?—Me preguntó ella en voz baja.

—Muy bien...

—Señoritas—nos interrumpió la maestra arqueando sus cejas, y nosotras nos disculpamos. Miré a Helen y ambas nos reímos.

Las dos primeras horas pasaron muy rápido, y cuando sonó el timbre de la tercera nos acomodamos para recibir la clase de Ciencias políticas. Mientras la profesora acomodaba su material de clase nosotros hablábamos en voz baja en nuestros puestos.

—¿Guardaste la pieza?—le pregunté a Helen sobre el juego.

—Si, la tengo en mi casa. ¿No has recibido ninguna llamada?

—No, ¿y tu?— Le respondí.

—No, ni tampoco quiero recibirla.

Después de terminada nuestra corta conversación, centré mi mirada hacia la puerta, viendo en ella a una chica que estaba a punto de entrar. Era una chica alta, blanca como la nieve y con unos labios rojos como la sangre, su cabello es cobre dorado y su forma de vestir era perfectamente casual y elegante al mismo tiempo. Todos se alzaron de sus puestos y la Srita. Agnes nos dijo:

La Culpa de lo que Somos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora