Cap 17

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Capítulo 17.

Durante los días posteriores a la recepción de la carta y el viaje de compras, Rafe le había asegurado a su hermano mayor que en absoluto le echaría de menos. Se jactaba de cómo entraría en su cuarto y tocaría sus cosas.
¿Por qué lo extrañaría? Solo se iba a un tonto colegio para magos que llevaban horribles vestidos y sombreros sosos. ¿Y usar varitas? Eso no era nada impresionante. Su papá hacía magia sin un tonto palo.
No, no iba a echarlo de menos para nada.

Max alternaba entre enfadarse, llorar y decirles a todos que su hermano no se iría. ¿Cómo iba a marcharse y dejarlo solito con Rafe?
Sus padres habían tratado de explicar que Harry iría a casa los sábados pero eso no satisfacía al niño más joven y ya había tirado varias figuras de cristal.

Sirius y Remus se sentían nostálgicos. Recordaban sus años en la escuela y a menudo se los veía sonriendo o mirando tristemente a la nada perdidos en algún recuerdo o hablando de alguna broma mientras se reían como si acabaran de hacerla.
Sirius y Remus tenían a sus propios hijos y no querían ni pensar en dejarlos ir. ¿Nueve meses sin verlos? Inconcebible.

Harry estaba emocionado. Sí, se iba durante varios meses, pero ¡estudiaría magia! Alec le aseguró a Magnus que cuando estuviera en la cama en el castillo se hundiría en su mente que no vería tanto a su familia durante los próximos siete años.
Eso casi provocó lágrimas en los ojos gatunos del brujo.

Y llegó el tan esperado día. Harry no pudo dormir mucho así que estaba despierto bien temprano.
Revisó tres veces si lo tenía todo y metió y sacó algo cada vez.
Le parecía que el tiempo se burlaba de él porque cada vez que miraba su reloj, solo habían pasado unos minutos. Las horas se le hacían eternas y sus padres no daban señales de estar despiertos.
-Qué exasperante, Hedwig. -Se quejó. -Todo va extremadamente lento. Es tan lento que incluso los caracoles parecen ir a supervelocidad.
Su hermosa lechuza blanca ululó sobre su jaula.
Harry había decidido dejarla volar cuando el tren estuviera a punto de salir.
Llevaban varios días en Gran Bretaña para que Harry pudiera acostumbrarse al horario. En Nueva York estaban cinco horas por detrás y Harry tendría que levantarse de madrugada entonces. Así que estaban en la casa ancestral de los Potter en Gales que ya habían visitado varias veces de vacaciones.
Harry aún no asimilaba del todo que a los diecisiete años esa gran casa sería suya al igual que tendría que manejar todo el patrimonio. Sirius por suerte junto con su padre Magnus y su tío Remus se estaban encargando de todo eso.
Llegarían a la estación de Kings Cross a través de un portal y Harry no podía esperar.
Prefería los portales a la aparición. El flú lo mareaba y los trasladores le eran indiferentes. ¿Es que los magos no podían crear algo que no mareara, comprimiera o le hiciera sentir enfermo?
Al menos viajarían en un tren a la escuela. Lento, pero al menos no sería exprimido como una naranja.
Las escobas estaban bien. A su padre Alec no le gustaban mucho, pero a él no le gustaba nada que no pudiera controlar ni detener.
Había prohibido las bludgers cerca de sus hijos cuando una le rompió un brazo a Sirius mientras le enseñaba a Harry cómo se jugaba a quidditch.
Jace había argumentado que las bludgers serían buenas como entrenamiento adicional y había pedido unas cuantas para el instituto. Había sido un desastre pero sí que algunos habían mejorado sus reflejos tras ser víctimas de huesos rotos repetidas veces.

En cuanto Harry escuchó ruido fuera de su habitación, salió y prácticamente corrió a la cocina.
Como imaginaba, sus padrinos se habían despertado y sus padres no tardaron en salir de su cuarto ante el escándalo que siempre le gustaba crear a Sirius.
Magnus siempre se quejaba de tener una conexión flú y juraba que la bloquearía porque su casa no era un hotel para que esos molestos magos y el rubio cazador de sombras entrasen cuando quisieran, pero en todos los años que llevaba conectada, Magnus no la había bloqueado ni una sola vez.
Sirius le había dicho que si lo hiciera, se aparecería en su puerta y llamaría a gritos y haría todo lo posible para avergonzarlo.
A Bane eso le daba igual, pero Alec se había sentido horrorizado y no quería ni pensar en qué haría Black si no podía entrar por la chimenea.

Harry James BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora